a1 http://tadew.free.fr/GENERAL-RIGAUD.htm
a2 http://tadew.free.fr/Imperio_portugues.htm
a3 http://tadew.free.fr/louis-philippe.htm MONITA SECRETA O INSTRUCCIONES RESERVADAS DE LOS JESUITAS
a4 http://tadew.free.fr/protocoles-des-sages-de-sion.htm
a5 http://tadew.free.fr/Wanclik-Ancestry.htm
a6 http://tadew.free.fr/18544774.htm
a7 http://tadew.free.fr/Charles-Felix.htm
a8 http://tadew.free.fr/ComteStGermain.htm Los jesui'tas han negado la autenticidad de esta obra; trabajo inùtil, aunque lôgico en quienes estân acostumbrados por voto de obediencia a negar las verdades més inconcusas.
a9 http://tadew,free,fr/who%20were%20napoleon.htm
a10 http://tadew,free,fr/archivo_1418.htm El manuscrito en latin de la Mônita Sécréta fue encontrado entre los papeles del padre Brothier, ültimo bibliotecario de la Compania de Paris, antes de la revoluciôn; esta conforme con la ediciôn de Paderborn, hecha en 1661, por ûltimo, con el manuscrito, perfectamente auténtico, que existe en el archivo de Bélgica, en el palacio de Justicia de Bruselas, con el titulo de Sécréta Monital, ou Avis Secrets de la Société de Jésus.
a11 http://tadew,free,fr/archiva_polskich_sil_zbrojnych_na_zachodzie.htm
a12 http://tadew,free,fr/Clavijo-de-Beaumarchais,htm Esta traduccién se ha hecho de la sexta ediciôn publicada en Paris en 1685 con el texto latino enfrente del francés, para edificaciôn del lector que ella verâ hasta dônde pueda llegar la hipocresia erigida en régla de conducta para amontonar riquezas, enganando y corrompiendo a los incautos so pretexto de religion.
a13 http://tadew,free,fr/comte-de-saint-germain-memoires,htm
a14 http://tadew,free,fr/Philippe-Egalite_Histoire-et-Secrets,htm PREFACIO
a15 http://tadew,free,fr/rtellechea,free,fr
Los superiores deben guardar entre sus manos cuidadosamente estas instrucciones particulares, y no deben comunicarlas mas que algunos profesos, instruyendo solamente a algunos de los no profesos, cuando lo exija la conveniencia de la Sociedad; y esto se harà bajo el sello del silencio, y no como si se hubiesen escrito por otro, sino cual si fuesen producto de la experiencia del que las da. Como muchos profesos conocen estos secretos, la Sociedad arreglô desde sus érdenes, a no ser a la de los Cartujos, por el retire y silencio en que viven, y el Papa nos lo concediô.
Hay que poner sumo cuidado en que estas advertencias no caigan en manos de extranos, porque les darân una interpretaciôn siniestra, por envidia a nuestra instituciôn. Si esto sucediera, lo que Dios no quiera, debe negarse que son taies los sentimientos de la Sociedad, haciendo que asi lo aseguren los que ciencia cierta se que lo ignoran, y oponiéndoles nuestras instrucciones generales y réglas, impresas y manuscritas.
Los superiores deben siempre investigar cuidadosamente y con prudencia, si alguno de los nuestros ha descubierto a extranos estas instrucciones sécrétas; y a nadie se tolerarâ que las copie, ni para si ni para otro, sin consentimiento del general, o al menos del provincial; y si se duda de que alguien no sea capaz de guardar secretos tan grandes, se le despedirâ.
MONITA SECRETA: CAPITULO PRIMERO
De qué modo debe conducirse la sociedad cuando comienza alguna fundaciôn.
1° Para hacerse agradables a los vecinos del pueblo, importa mucho explicarles el objeto de la Sociedad tal como esta prescrite en las réglas, donde se dice que la Sociedad debe aplicarse con tanto afân a la salvaciôn del prôjimo como a la suya propia. Para esto deben desempenarse en los hospitales las funciones mas humildes, visitar a los pobres, a los afligidos y a los presos. Es preciso oir las confesiones con benevolencia, y ser con los pecadores muy indulgentes, a fin de que las personas mâs importantes admiren a los nuestros y los amen, tanto por la caridad que demuestren para todos, como por la novedad de su blandura.
2° Que todos tengan présente que deben pedir modesta, y religiosamente
los medios de ejercer les ministerios de la Sociedad, y tratar de alcanza: benevolencia, principalmente de los eclesiâsticos y de los seglares que ejercen autoridad, a los que algùn dia podrân necesitar.
3° También deberân irse a los lugares apartados, en los que recibirân las limosnas que quieran dar, por pequenas que sean, después de hacer présente la necesidad de que ellas tienen los nuestros. Luego deberâ darse limosna a los pobres, a fin de hacer formar buena opinion de la Sociedad a los que aun no la conocen, y de que sean con nosotros muy generosos.
4° Que todos parezcan inspirados por el mismo espiritu, y que aprendan a tener las mismas maneras, para que la uniformidad en tan gran numéro de personas los haga simpâticos y respetables. A los que asi no lo hagan, despedirlos por perjudiciales.
5° Al principio los nuestros deben guardarse de comprar propiedades; pero si juzgan necesario comprarlas, que lo hagan en nombre de amigos fieles, que den la cara y que guarden el secreto. Para que nuestra pobreza se vea mejor, conviene que las tierras que se posean junto a un colegio se asignen a otros que estén lejanos, lo que impedirâ que principes y magistrados sepan a cuanto ascienden las rentas de la Sociedad.
6° Que no se establezcan colegios mâs que en las ciudades ricas.
7° A las viejas viuda hay que encarecerles nuestra extrema pobreza, para sacarles el dinero que se pueda.
8° Que solo el provincial sepa en cada provincia a cuânto ascienden nuestras rentas; que a lo que asciende el tesoro de la Compania sea un ministerio sagrado.
9° Que los nuestros prediquen y digan en sus conversaciones que han ido a ensehar a los ninos y a socorrer a los pobres gratuitamente, y sin distinciôn de personas; que no somos una carga para los pueblos, cual las otras ôrdenes.
CAPITULO II
De qué manera los Padres de la Sociedad podrân adquirir familiaridad con los principes, los grandes y personas importantes.
1° Es preciso consagrar nuestros esfuerzos a ganar la simpatia y el ânimo de los principes y de las personas mâs importantes, a fin de que nadie se atreve con nosotros, sino que al contrario todos se vean obligados a depender de nosotros.
2° Como la experiencia nos ensena que los principes y los grandes senores son particularmente aficionados a los eclesiâsticos, cuando éstos ocultan sus acciones odiosas y las interpretan favorablemente, como se ve en los casamientos que contraen con sus parientes a aliadas, o en cosas semejantes, es preciso alentarles a contraer esas alianzas, haciéndoles esperar que por nuestra mediacion obtendrân del papa las licencias o perdones necesarios, si se les explican los motivos, si se le presentan casos anâlogos, y si se le hacen présentes los sentimientos que los recomiendan bajo el pretexto del bien comûn y de la mayor gloria de Dios, objeto principal de la Sociedad.
3° Lo mismo debe hacerse si el principe emprende algo que sea agradable a todos los grandes senores: debe animârsele, empujarle e inducir a los otros
a consentir con el principe y a no contradecirle, pero sin llegar nunca singularizarse, porque si no sale bien el negocio, no se lo imputen a la Sociedad; y que si el proposito del principe fuese desaprobado, y la Sociedad acusada de instigadora, pueda emplearse la autoridad de algunos padres que no conozcan estas instrucciones, a fin de que puedan afirmar con juramento que calumnian a la Sociedad a proposito de lo que le imputan.
4° Para hacerse dueno del espîritu de los principes, sera ûtil que los nuestros se insinûen diestramente, y por medio de otras personas, para desempenar por elles embajadas, y sobre todo, con el papa y los grandes monarcas. Con tal ocasiôn podrân recomendarse a si propios y a la Sociedad, por lo cual no deberân destinarse a esto mas que personas llenas de celo y muy enteradas en las cosas de nuestro instituto.
5° Conviene especialmente atraerse la voluntad de los favores de los principes y sus criados por medio de regalos y oficios piadosos para que den noticia fiel a nuestros padres del carâcter e inclinaciones de los principes y grandes. De este modo la Sociedad podrâ ganar con facilidad tanto a unos como a otros.
6° La experiencia nos ha ensenado cuântas ventajas ha sacado la Sociedad de mezclarse en los casamientos de los principes de la casa de Austria, y de los que se han hecho en otros reinos, en Francia, en Polonia, etc., y en diverses ducados; por eso hay que proponer partidos ventajosos, escogidos, que se admitan, y que sean familiares a los parientes, y a nosotros y a nuestros amigos.
7° A las princesas se les ganarâ fâcilmente por sus doncellas; y para esto es précise ganar la amistad de éstas, que es el medio de entrar en todas partes y de conocer los asuntos mâs secretos de la familia.
8° En la direccién de la conciencia de los grandes senores, nuestros confesores seguirân las mâximas de los autores que dejan mâs libertad a la conciencia, contra las de los otros religiosos, a fin de que los abandonen, prefiriendo nuestra direccién y consejo.
9° Es précisé dar a conocer los méritos de nuestra Sociedad a principes y prelados, y a todos los que puedan favorecerla extraordinariamente, después de mostrarle la importancia de este gran privilégie.
10° También hay que insinuar con habilidad y prudencia, el amplisimo poder que tiene la Sociedad para absolver hasta los casos reservados tan superior al de los otros pastores y religiosos; y para concéder a los jôvenes dispensas de los deberes que deben dar o pedir, de los impedimentos de matrimonio y otros. Esto harâ que muchos recurran a nosotros y nos queden obligados.
11° Es preciso invitarles a los sermones, a las conferencias, arengas y declamaciones, etc., y honrarlos con tesis y con poesias, y si es ûtil, darles banquetes y adularlos.
12° Sera necesario procurar la reconcialiaciôn de los grandes en sus enemistades y disensiones, porque asi, poco a poco, conoceremos a los que le son familiares, y sus secretos, y unos y otros nos servirân.
13° Que si alguno que no ame nuestra Sociedad sirve a principes o monarca, se trabaje por los nuestros, o mejor por medio de otro en que se haga nuestro amigo y familiar de la Sociedad, con promesas y favores, y procurando que el principe o monarca a quien sirve mejore su Estado.
14° Que todos se guarden de recomendar a nadie, o de procurar ventajas les que salieron de la Sociedad por cualquier causa, y principalmente a los
que salieron por su voluntad, porque, digan lo que quieran, alimentan contra ésta un odio irréconciliable.
15° Por ûltimo, que cada uno haga cuanto pueda para obtener el favor de los principes, grandes y magistrados, a fin de que, cuando la ocasion se présente, obren vigorosa y fielmente por nosotros, aunque sea contra sus parientes, aliados y amigos.
CAPITULO III
Cômo la Sociedad debe conducirse con los que ejercen gran autoridad en el Estado y que aunque no sean ricos, puedan prestar otros servicios
1° Ademâs de las cosas que acaban de decirse, y que con discernimiento pueden aplicarse casi todas, es preciso cuidar de atraerse su favor contra nuestros enemigos.
2° Es preciso servirse de su autoridad, de su prudencia y de su consejo para que la comunidad adquiera bienes y obtenga empleos que puedan ser ejercidos por los nuestros sirviéndose en secreto de sus nombres para la adquisiciôn de bienes temporales, si se créé que pueda fiar de ellos.
3° Es preciso servirse también de esos personajes para ablandar a la gente vil y al populacho, contrario a nuestra Sociedad.
4° Deberâ exigirse lo que sea posible de obispos, prelados y otros superiores eclesiâsticos, segùn la diversidad de razones y la inclinacidn que sientan por nosotros.
5° En algunos sitios bastarâ obtener que los prelados y los pârrocos hagan que sus subordinados respeten la Sociedad, y que no impidan nuestras funciones en los paises en que tienen mâs influencia, como en Alemania, en Polonia, etc. Sera preciso tributarles grandes respetos, a fin de que por su autoridad y por la de los principes, los monasterios, las parroquias, los prioratos, los patronatos, las fundaciones de misas, los edificios consagrados al culto, pueden caer en nuestras manos, lo que no sera dificil donde los catôlicos estân mezclados con los cismâticos y herejes. Debe también hacerse comprender a esos prelados la utilidad y méritos que hay en cambios semejantes, y que no pueden esperarse del clero secular, o de los frailes. Si o hacen, como deseamos, debe alabarse pûblicamente su celo hasta por escrito y hacer eterna la memoria de su acciôn.
6° Para esto debe procurarse que esos prelados se sirvan de los nuestros, asi para las confesiones como para el consejo, y que si aspiran a mâs altas dignidades en la corte romana, les ayudemos con todas nuestras fuerzas por medio de amigos.
7° Que los nuestros obtengan de obispos y de principes, que cuando funden colegios e Iglesias parroquiales, la Sociedad pueda poner vicario con cura de aimas, y que el superior sea el cura, a fin de que el gobierno de esas iglesias nos pertenezca, y que los filigrenses estén sometidos a la Sociedad, que obtendrâ de ellos cuanto pueda.
8° Donde las academias nos sean contrarias, o donde los catôlicos o los herejes impidan nuestras fundaciones, es preciso servirse de los prelados y
ocupar las primeras câtedras, porque asi la Sociedad harâ conocer su necesidades.
9° También deberâ influirse en les prelados, cuando se trate de la beatificaciôn o canonizacion de los nuestros, y obtener, de cualquier manera que sea, cartas de los grandes senores y de los principes que influyan favorablemente cerca de la Sede Apostôlica.
10° Si los prelados o los grandes senores van de embajadores, convendrâ impedir que se sirvan de otros religiosos de los que estân mal con nosotros, a fin de que no les inculquen su odio y los lleven a las provincias y ciudades donde estamos establecidos. Y si estos embajadores pasan por las ciudades en que la Sociedad tiene colegios, debe recibirseles con honores y afecciôn, y regalarles lo que permita la modestia religiosa.
CAPITILO IV
Lo que debe recomendarse a los predicadores y a los confesores de los grandes
1° Que los nuestros dirijan a los principes y a los hombres ilustres, de suerte que parezca que solo tienden a la mayor gloria de Dios, y a la austeridad de conciencia que los principes consientan en ceder, porque la manera de dirigirlos no debe atender al principio, sino insensiblemente al gobierno exterior y politico.
2° Por esto deben con frecuencia advertir que la distribuciôn de los honores y de las dignidades en la repüblica pertenece a la justicia, y que los principes ofenden gravemente a Dios cuando proceden apasionadamente. Que protesten con frecuencia y seriedad de que no quieren mezclarse en la administraciôn del Estado, y que si hablan es por deber y a pesar suyo. Cuando los principes hayan bien comprendido esto, debe explicârseles las virtudes que necesitan tener los escogidos para las dignidades y cargos pùblicos, y procurar que nombren para ellos a los amigos sinceros de la Sociedad. Sin embargo, esto no debe hacerse inmediatamente por los nuestros, sino por los que son familiares del principe, a menos que éste no lo exija.
3° Que los confesores y predicadores recuerden que han de tratar a los principes con dulzura ay acariciândolos y no chocar con ellos en los sermones ni en las conversaciones particulares, apartando de su ânimo todo temor, y exhortândoles principalmente a la fe, a la esperanza y a la justicia politica.
5° Casi nunca deben recibir regalitos para su uso particular, pero si recomendar la necesidad pùblica de la provincia o del colegio; y deben contentarse en la casa con una habitacion sencillamente amueblada, no vestirse con mucho esmero, y acudir prontamente a ayudar y consolar a las gentes mâs viles del palacio, para que no se créa que solo estân prontos a servir a los grandes.
6° Cuando muera algûn dependiente deben no descuidarse en hablar de sustituirle con amigos de la Sociedad, pero evitando sospecha de que pretendan arrancar el gobierno de entre manos del principe. Por esto no deben mezclarse inmediatamente, sino servirse de amigos fieles y poderosos capaces de arrastrar el odio si lo hubiera.
CAPITULO V
Como conviene conducirse con los otros religiosos que desempenan en la iglesia funciones semejantes a las nuestras
1° Es preciso soportar con valor esta especie de gente, y dejar entender a propôsito de ella a los principes y a los que ejercen autoridad, y que nos son adictos, que nuestra Sociedad contiene la perfeccion de todas las otras ordenes, excepto el canto y la austeridad exterior en la manera de vivir y de vestirse; y que si los otros religiosos sobresalen en algo, nuestra Sociedad brilla eminente en la iglesia de Dios.
2° Conviene buscar y poner de relieve los defectos de los otros religiosos, después de haberlos descubierto y publicado con prudencia, y como deplorândolos, a nuestros fieles amigos, hay que demostrar que tampoco son afortunados en el desempeno de las funciones que nos son comunes. Hay que oponerse esforzadamente a los que quieran establecer escuelas para ensenar a la juventud dondequiera que los nuestros ensenen con honra y provecho. A principes y magistrados debe hacérseles creer que esas gentes causarân turbulencias y sediciones en el Estado si no se les impide establecer sus escuelas, y que los disturbios comenzarân por los ninos diversamente educados, y en fin, que la Sociedad basta para instruir a la juventud en paz, y que procuren obtener y hacer valer el testimonio de los magistrados, tocante a su buena conducta y excelente instruccién.
3° No obstante, los nuestros deben esforzarse en dar muestras particulares de virtud y de erudicion, ejercitando a los discipulos en los estudios y en juegos escolâsticos delante de los grandes y del pùblico, para que los admiren.
CAPITULO VI
De la manera de conquistar a las viudas ricas
1° Que se escojan para ello padres avanzados en anos, que sean de complexiôn viva y de agradable conversacién. Que visiten a esas viudas, y que tan luego como vean en ellas algûn afecto hacia la Sociedad, que les ofrezcan las obras y que les hagan présentes los méritos de la instituciôn. Y si las aceptaren y visitaren nuestras iglesias, que se les provea de un confesor que las dirija bien, con objeto de conservarlas en el estado de viudez, hablândoles de sus ventajas y ponderândolas la felicidad que tendrân, prometiéndoles como cierto y hasta repondiéndoles de que asi merecerân la bienaventuranza, y se librarân de las penas del purgatorio.
2° Que el confesor haga de manera que se entretengan en adornar una capilla o un oratorio en su casa, en el que puedan entregarse a meditaciones u otros ejercicios espirituales, a fin de que se alejen de la conversacién y de visitas de los que la puedan buscar; y a pesar de que tengan un capellân, que los nuestros no dejen de ir a décidés misa, y particularmente a consolarlas, procurando dominar al capellân.
3° Hay que cambiar con prudencia e insensiblemente lo que concierne a la direccion de la casa, de modo que se atienda a la persona, al sitio, a sus aficiones y a su devociôn.
4° Aun poco a poco, hay que alejar a los domésticos que no estén en buenas relaciones con la Sociedad, y recomendar reemplazarlos con gentes que
dependan o que quieran depender de los nuestros, para que nos informer, de lo que pase en la familia.
5° El confesor no debe tener mâs objeto que inducir a la viuda a seguir en todo su consejo, y le debe demostrar, cuando haya ocasiôn, que esta obediencia es la condicion ûnica de su perfeccion espiritual.
6° Debe aconsejarle el uso frecuente de los sacramentos, sobre todo el de la penitencia, en que ella descubrirâ sus secretos pensamientos, y sus tentaciones con mucha libertad. Deberâ comulgar con frecuencia e ir a escuchar a su confesor, para lo que debe invitârsela, prometiéndole oraciones particulares. También se harâ que recite las letanias, y que haga examen de conciencia.
7° Una confesiôn general reiterada, aunque antes la hiciera con otro, no servira poco para conocer bien sus inclinaciones.
8° Se le mostrarân todas las ventajas del estado de viudez y las incomodidades del matrimonio, los peligros en que se meterfa, y principalmente los que la conciernen.
9° Puede también proponérsele de cuando en cuando, con destreza, uniones a las que se sepa que siente repugnancia, y si se créé que hay alguna que le agrada, debe represenârsele que es persona de malas costumbres, a fin de que sienta disgusto por las segundas nupcias. Cuando haya seguridad de que esta dispuesta a conservar la viudez, debe recomendàrseles la vida espiritual, pero no la religiosa, cuyas incomodidades habrâ de mostrarle. El confesor harâ de suerte que haga pronto voto de castidad, por dos o très anos al menos, a fin de que cierre por completo la puerta a las segundas nupcias; hecho esto, debe impedirseles el trato con hombres, y que no goce con sus parientes ni con sus amigos, so pretexto de unirla a Dios mâs estrechamente. Respecte a los eclesiâsticos que visiten a la viuda o que ella visite, si no se les puede excluir a todos, debe tratarse de que los reciba por recomendacién de los nuestros, o por lo que de éstos dependen. Si llegara este caso, deberâ inclinarse suavemente a la viuda o que haga buenas obras, y sobre todo limosnas, aunque siempre bajo la direcciôn de su padre espiritual, porque importa que se aproveche discretamente el talento espiritual: las limosnas mal empleadas suelen ser causas de diverses pecados, o los alimentan, de suerte que se saca de ellas poco fruto.
CAPITULO VII
Cémo debe entretenerse a las viudas, y disponer de sus bienes
1° Que se insista incesantemente en que continûen en su devociôn y buenas obras, de suerte que no pase semana sin que reduzean sus gastos superfluos en honor de Jesüs y de la Virgen, o del santo de su devociôn, dândole a los pobres, o para ornamento de la iglesia, hasta que se las despoje eternamente de las primicias.
2° Si ademâs de mostrar afecciôn general, continüan siendo liberales con nuestra Sociedad, déseles parte en todos los méritos de ésta, con indulgencias del provincial, y hasta del general, si son damas de elevada categoria. Si han hecho voto de castidad hacer que lo renueven dos veces al ano, concediéndoles ese di'a un honesto recreo con los nuestros. Hay que
visitarlas con frecuencia, entreteniéndolas agradablemente, y regocijândolas con historias espirituales y chanzonetas, segûn la inclinacién de cada una.
3° No se las debe tratar con mucho rigor en la confesién por no aburrirlas, a menos que se tema perder su favor, que otros hayan ganado. Esto hay que juzgarlo con mucho discernimiento, vista la inconstancia de las mujeres.
4° Impi'daseles diestramente que visiten otras Iglesias y que asistan a fiestas religiosas principalmente a las de los frailes, repitiéndoles con frecuencia, que todas las indulgencias concedidas a otras ôrdenes estân acumuladas en nuestra Sociedad.
5° Si estân obligadas a vestir de luto, conviene concederles que se ajusten bien, que tengan buen aspecto, y que sientan a un tiempo algo espiritual y de mundano, a fin de que no crean que estân dirigidas por un hombre enteramente espiritual. En fin, con tal de que no haya peligro de inconstancia. Por su parte, si son siempre fieles y liberales para la Sociedad, que se les concéda, con moderaciôn y sin escândalo, lo que pidan para satisfacer la sensualidad.
6° Hay que llevar a casa de las viudas muchachas honradas y nacidas de parientes ricos y nobles, para que se vayan acostumbrando a nuestra direccion y manera de vivir, procurândoles una aya escogida por el confesor de la familia, y someterlas a todas las censuras y a todas las costumbres de la Sociedad. Las que no quieran someterse se devolverân a sus parientes o las personas que las trajeron, presentândolas como extravagantes y de mal carâcter.
7° No deberâ ciudarse menos su salud y su recreo que la salvaciôn de sus aimas; por esto, si se quejan de sufrir indisposiciones, se les prohibirân los ayunos, los cilicios, las disciplinas corporales, y hasta el ir a la iglesia; pero se les gobernarâ en la casa en secreto precaucion. Hay que dejarlas entrar en el jardin y en el colegio, a condiciôn de que sea secretamente, permitiéndoles con lo que mâs les agraden.
8° Afin de que una viuda disponga de sus rentas en favor de la Sociedad, le propondrân la perfeccion del estado de los santos varones que, habiendo renunciado al mundo, a sus familias y bienes, se han consagrado al servicio de Dios con gran resignaciôn y gozo, explicândoles con este objeto lo que dice nuestra Constituciôn y el examen de la Sociedad referente a la renuncia de las cosas humanas. Muéstresles el ejemplo de las viudas que en poco tiempo han llegado asi a ser santas, y hâganseles esperar que serân canonizadas si perseveran hasta el fin, haciéndoles ver que nuestra influencia con el papa no les faltarâ.
9° Es précise infundir profundamente en su espiritu que si quieren gozar del mâs perfecto reposo de su conciencia, deben seguir sin murmurar, sin aburrirse ni sentir repugnancia interior, tanto en las cosas temporales como en las espirituales, la direccion de su confesor, destinado particularmente por Dios para dirigirlas.
10° Hay que instruises también oportunamente en que si la limosna que hacen a los eclesiâsticos, y sobre todo a los religiosos de vida ejemplar, es conveniente, no deben hacer sin la aprobaciôn de su confesor.
11° Los confesores tendrân el mayor cuidado en que esta clase de viudas, sus penitentes, no visiten a otros religiosos bajo ningün pretexto, ni que se
familiaricen con ellos. Para impedirlo elogiarân la Sociedad, como mâs excelente que las otras, mâs ùtil en la iglesia, de mâs autoridad cerca del papa y de todos los principes, perfectisima en si misma, porque despide a los que son perjudiciales y poco escrupulosos, porque en ella no se admite ni espuma ni hez, cosas que tanto abundan entre los frailes, que suelen ser ignorantes, haz, glotones y négligentes en lo referente a su salvacién.
12° Los confesores deben proponerles y persuadirlas a que paguen pensiones ordinarias y tributos todos los anos para ayudar a sostener los colegios y casas de profesos, sobre todo la casa de Roma, y que no olvide los ornamentos de los templos, la cera, el vino, etc., necesarios para decir misa.
13° Si una viuda no da todos sus bienes en vida a la Sociedad, debe buscarse ocasion, sobre todo cuando esté enferma o tenga la vida en peligro, para hacerle présente la pobreza de nuestros colegios y de procesos que estén por fundarse con dulzura, pero con fuerza, a hacer estos gastos, sobre los que fundaran su gloria eterna.
14° Lo mismo hay que hacer con los principes y otros bienhechores. Se les debe persuadir a que hagan fundaciones perpétuas en este mundo, para que Dios les concéda la gloria eterna en el otro. Si algunos malévolos alegan el ejemplo de Jesucristo, que no tuvo donde reposar la cabeza, y quieren que la Compania de Jesûs sea también muy pobre, hay que demostrar a todos hasta hacerlo penetrar en su espiritu, que la iglesia de Dios, al présente ha cambiado, llegando a se una monarquia, que debe sostenerse por la autoridad y gran poder contra sus enemigos, que son poderosos, puesto que ella fue la piedrecilla partida y es ya la grandisima montaria predicha por el profeta.
15° Muéstrese con frecuencia a los que se han dedicado a hacer limosnas y a decorar las iglesias, que la soberana perfeccion consiste en que, despojândose del de las cosas terrestres, entre en posicién de Jesucristo y de sus compafieros.
16° Como hay menos que esperar de las viudas que educan a sus hijos para el mundo, procurer que los dediquen a la iglesia.
CAPITULO VIII
Lo que debe hacerse para que los hijos de las viudas abracen el estado religioso de devociôn
1° Como se necesita que las madrés obren con vigor, los nuestros deben conducirse con dulzura en estas ocasiones. Hay que inducir a las madrés a disgustar a sus hijos desde la mâs tierna infancia, con censuras y reprimendas, etc; y principalmente cuando sus hijas talluditas, a que se nieguen a darles adornos, y a que deseen con frecuencia para ellas y pidan a Dios que aspiren a ser religiosas, prometiéndoles un gran dote si quieren ser monjas. Para esto deben recordarles los inconvenientes comunes a todos los matrimonios, y ademâs los que sufrieron en el suyo, mostrando su dolor por no haber preferido el celibato al matrimonio. Conviene que se conduzcan de manera que sus hijas, aburridas de la vida a que las sujetan sus padres, piensen en hacerse religiosas.
2° Los nuestros conversarân familiarmente con los hijos, si les parecen ütiles a nuestra Compania; los introducirân a propôsito en el colegio mostrândoles
cuanto pueda agradarles, de cualquier modo que sea, para incitarles quedarse; sobre todo, se les llevarâ a los jardines, vinas, y casas de campo y haciendas a las que van los nuestros a divertirse; se les hablarâ de los viajes que hacemos a diversos reinos, de las relaciones que tenemos con los principes y de cuanto pueda regocijar a la juventud. Debe llamarse su atencion sobre la limpieza del refectorio y de las habitaciones, sobre las agradables conversaciones que los nuestros tienen entre ellos, sobre lo fâcil de nuestra régla, a la que, sin embargo, va unida la gloria de Dios, y sobre la preeminencia de nuestra orden, superior a todas; y, por ûltimo, las conversaciones serân alegres tanto como piadosas.
3° Se les exhortarâ como por revelaciôn a la religion en general, insinuândoles diestramente la perfeccion y la comodidad de nuestro instituto, a todos superior. En las exhortaciones pûblicas y en las conversaciones privadas se les dira cuân grande es el periodo de los que se revelan contra la vocacion divina, y por ûltimo, se les comprometerâ a hacer ejercicios espirituales para que se decidan acerca del estado de vida que quieran escoger.
4° Los nuestros harân que los jovenes tengan preceptores ligados a la Sociedad, que los vigilen y los exhorten. Pero si se resisten, habrâ que privarles de diversas cosas para que la vida les disguste; su madré les mostrarâ los inconvenientes de la familia; por ûltimo, si no se les puede hacer entrar de buen grado en nuestra Sociedad, se les enviarâ a colegios lejanos so pretexto de estudiar, cuidando que sus madrés no les halaguen, lo que harân los nuestros adulândolos para ganar su afecto.
CAPITULO IX
Del aumento de las rentas de los Colegios
1° En tanto que sea posible no debe admitirse a hacer el ûltimo voto a quien espera su herencia, a menos que no tenga ya un hermano mâs joven que él en la Sociedad, o por otras razones graves. Sobre todo, hay que trabajar en el acrecentamiento de la Sociedad, conforme a los fines conocidos por los superiores, que deben estar de acuerdo en que, a la mayor gloria de Dios, la iglesia recobre su primitivo brillo, de suerte que no haya mâs que un solo espiritu en todo el clero. Por esto es preciso repetir y publicar con frecuencia que la sociedad se compone en parte de profesos tan pobres que carecerian de todo sin las liberalidades cotidianas de los fieles, y en parte de otros padres, pobres también que poseen bienes inmuebles para no estar a expensas del pueblo mientras desempenan sus funciones como los otros mendicantes. Los confesores de principes grandes, viudas y otros personajes, de quienes nuestra Compania, pueda espera mucho, harân saber a éstos seriamente que ya que les dan las cosas espirituales y eternas deben dar un cambio las terrestres y temporales; y cuando les ofrezcan algo, no desperdiciarân la ocasiôn de tomarlo. Si les han hecho promesas y tardan en cumplirlas, hay que recordarlas con prudencia, disimulando cuanto se pueda el deseo de ser rico. Si algûn confesor de los grandes o de otros no parece bastante diestro para practicar todo esto, debe quitârsele el empleo en tiempo oportuno, poniendo otro en su lugar; y si fuera necesario, para dar amplia satisfacciôn a los penitentes, se le relegarâ a los colegios lejanos, diciendo que la Sociedad necesita su persona y talento en aquellos sitios. Hacemos estas advertencias porque hemos sabido que no hace mucho tiempo que viudas jovenes, al morir, no habian legado a nuestra iglesia
muebles preciosos por la negligencia de los nuestros, que no les aceptaron tiempo. Para aceptar cosas semejantes todos los tiempos son buenos si no es mala voluntad del penitente.
2° Debe emplearse variedad de industrias para atraerse a los prelados, canônigos y pastores y otros eclesiâsticos ricos a la prâctica y servicios espirituales, y paulatinamente, por medio de la afecciôn que tienen a las cosas espirituales, conquistarlos para la Sociedad y prever después su liberalidad.
3° Los confesores no descuidarân el preguntar a sus penitentes en tiempo oportuno su nombre, familia, parientes, amigos y bienes de fortuna; y después se informarén de su estado, sucesores y propésitos; y si todavîa no han tomado resoluciôn definitiva, convendrâ influir en que la que tomen sea favorable a la Sociedad. Si se empieza por esperar algûn provecho, que todo no se debe pedir a un tiempo, se les ordenarâ, sea para descargar su conciencia, sea titulo de ejercicio de penitencia, que se confiesen todas las semanas, y el confesor les preguntarâ buenamente hasta saber lo que no pudo en sola vez. Si esto da resultado, y se trata de una mujer, hay que inducirla por todos los medios a confesarse e ir a la iglesia con frecuencia; y si es hombre, a frecuentar la Companîa y familiarizarse con los nuestros.
4° Lo que se ha dicho sobre las viudas debe hacerse con los mercaderes, con los ricos casados y sin hijos, a quienes la Sociedad queda heredera, si con prudencia se emplean las prâcticas indicadas. Sobre todo deben observarse con los devotos ricos a quienes los nuestros frecuentan, aunque el vulgo murmure, si no son personas de calidad.
5° Los rectores de los colegios tratarân de conocer las casas, jardines, haciendas, vihas, aldeas y otros bienes poseîdos por la principal nobleza, por los mercaderes y otras personas; y, si es posible, averiguarân los intereses y réditos que paguen. Esto se harâ con astucia, pero con eficacia, en la confesién particularmente y en conversaciones privadas. Cuando un confesor encuentre un penitente rico, advertirâ primera al rector y deberâ conservarle por todos los medios posibles.
6° Todo el negocio consiste en que nuestra gente sepa ganar la benevolencia de sus penitentes y de aquellos con quienes conversan, acomodândose a la inclinaciôn de cada cual. Para esto los provinciales enviarân a muchos de los nuestros a los lugares habitados por ricos y nobles; a fin de que los provinciales puedan hacerlo con prudencia y felizmente, los rectores cuidarân de informarles de la cosecha que pueden coger.
7° Para saber si podrén atraerse los contratos y las posesiones que los ninos tengan, al recibirlos en los colegios se informarén diestramente, procurando descubrir si cederan algunos de sus bienes al colegio, sea por contrato, alquilândolos, o de otra manera o si al cabo de cierto tiempo pertenecerén a la Sociedad. Para lograr este fin, se harâ conocer principalmente a los grandes y a los ricos las necesidades de la Sociedad y las deudas que sobre ella pesan.
8° Si los viudos, o las viudas ricas, adeptos a la Companîa, tienen hijas y no hijos, los nuestros los predispondrân suavemente a elegir la vida devota o religiosa, para que, dejândoles algûn dote, el resto de sus bienes pase poco a poco a la Sociedad. Si tienen hijos, convenientes para la Companîa, los
atraerân, y a los que no lo sean se les inducirâ a entrar en otras religiones, permitiéndoles algo; pero si no tiene mâs que un hijo, se le atraerâ a
cualquier precio, librândole del temor de sus parientes, inculcândole la vocaciôn de Jesucristo, y mostrândole que harâ un sacrificio agradable a Dios, si, a pesar de su padre y de su madré, huye de ellos para entrar en la Sociedad. Si esto se logra, se le mandarâ a un noviciado lejano, después de advertir al general. Si tiene hijas, las dispondrâ de antemano a la vida devota y se hara entrar a los hijos en la Compania, y con ellos sus herencias.
9° Los superiores advertirân eficazmente, aunque con suavidad, a los confesores de esas gentes, viudas o casadas, a fin de que sirvan ûltimamente a la Sociedad, segün sus instrucciones. si no lo hacen, se les reemplazarâ con otros, mandândolos lejos, a fin de que no tengan mâs relaciones con la familia que confesaron.
10° A las viudas y otras personas devotas que aspiran con ardor a la perfecciôn, hay que inducirlas a ceder todos sus bienes a la Sociedad, que les pagarâ por ellos una renta perpétua, con lo que podrân servir a Dios, mâs libremente, y alcanzar la perfecciôn suprema sin los cuidados ni inquiétudes que les causa la administracién de su hacienda.
11° Para persuadir mâs eficazmente al mundo de la pobreza de la Sociedad, los superiores tomarân dinero prestado a las personas ricas que no son adictas, firmando billetes cuyo pago podrâ retardarse. Después, sobre todo si se ve atacado de una enfermedad grave, se visitarâ con frecuencia al prestamista y se emplearâ toda suerte de razonamientos para comprometerle a que devuelva el billete, porque asi no se mencionarâ a los nuestros en el testamento, y ganaremos sin que nos odien sus herederos.
12° También serâ conveniente tomar dinero prestado a interés anual, y colocarlo en otra parte a mayor rédito, compensando, asi con usura el que se paga, pudiendo también suceder que los amigos que nos presten dinero nos tengan lâstima, y no nos cobren interés, ya declarândolo en testamento, ya cual donaciôn entre vivos, al ver que lo empleamos en fundar colegios y construir iglesias.
13° También podrâ la Compania negociar con provecho, sirviéndose de la firma de comerciantes ricos que le sean adeptos; pero en este caso habrâ que asegurar un lucro cierto y copioso, aunque sea en las Indias, que hasta ahora, con la ayuda de Dios, no solo han producido aimas para la fe, sino también grandes riquezas para la Sociedad.
14° Los nuestros deben procurarse un médico fiel a la Compania, donde quiera que residan, a quien recomendarân a los enfermes, presentândole como superior a todos los otros, a fin de que él a su turno recomiende a los nuestros, colocândolos muy por encima de los religiosos de las otras ôrdenes y haciendo de modo que seamos los llamados por las personas principales cuando estén enfermas, y sobre todo moribundas.
15° Los confesores visitarân a los enfermos asiduamente, sobre todo cuando estén en peligro; y para eliminar a los otros eclesiâsticos, los superiores harân que cuando un confesor tenga que separarse del enfermo, otro le reemplace a fin de conservarle en buenas intenciones. Aunque con prudencia, hay que infundirle miedo al infierno, o cuando menos al purgatorio, haciéndole présente que, asi como el agua apaga el fuego, la
limosna apaga el pecado, y que no se puede emplear mejor la limosna qu en alimenter y vestir a las personas que, por su vocaciôn, estân consagradas a alcanzar la salvaciôn del prôjimo, y que asi enfermo tendra parte en sus méritos y encontrarâ satisfacciôn para sus propios pecados, porque la caridad limpia de muchos de éstos. También puede pintârseles la caridad como el vestido nupcial, sin el que nadie podrâ sentarse a la mesa del paraiso. En fin, deberâ alegar los pasajes de la Escritura y de los Santos Padres que, teniendo en cuenta la capacidad y hâbitos del enfermo, sean mâs eficaces para conmoverle.
16° A las mujeres que se quejan de los vicios de sus maridos y de los disgustos que les causan, les ensenarân que pueden secretamente tornades algùn dinero para expiar los pecados de sus maridos y obtener su salvaciôn.
CAPITULO X
Del rigor particular de la disciplina en la Sociedad
1° Debe expulsarse, bajo un pretexto cualquiera, por enemigo de la Sociedad sin tener en cuenta condiciôn ni edad, al que aparté a los devotos y devotas de nuestra Iglesias, o del trato con los nuestros o que a las limosnas les haga tomar el camino de otras iglesias y de otros religiosos, o que haya disuadido a algùn hombre opulento, bien dispuesto a favorecer a la Sociedad, de que no la ayude. Lo mismo debe hacerse con el que, al disponer de sus bienes, manifieste mâs afecto a sus parientes que a la Sociedad, porque esto prueba que su espiritu no estâ mortificado, y es preciso que los profesos lo estén por completo. También serâ expulsado el que dé a sus parientes pobres las limosnas de los penitentes o de los amigos de la Sociedad. Para que no se quejen de la causa de su expulsion no se les despedirâ en seguida; primera se les mortificarâ y fatigarâ haciéndoles desempenar las faenas mâs viles; se les obligarâ ademâs, cada dia a hacer las cosas que les causen mâs repugnancia. Se le apartarâ de los estudios elevados y de los cargos honrosos; se les reprenderâ en los capltulos y en censuras pùblicas; se les excluirâ de las diversiones y del trato con extranos, se suprimirâ en sus vestidos y en cuanto usen todo lo que no sea absolutamente necesario, hasta que se aburran, murmuren y se impacienten; entonces se le despedirâ como a gente poca sufrida y que puede ser perniciosa a los otros por su mal ejemplo. Si hay que dar cuenta a los parientes y a los prelados de la iglesia del porqué se les ha expulsado se dirâ que hubo medio de inculcarles el espiritu de la Sociedad.
2° También se deberâ expulsar a los que tengan escrùpulo de adquirir bienes para la Sociedad y que sean demasiado adictos a su propio criterio. Si éstos quieren explicar su acciôn ante los provinciales, no se les debe escuchar, sino recordarles la régla, que a todos obliga a obedecer ciegamente.
3° Hay que considerar desde el principio quiénes son los que sienten mayor afecto por la Sociedad, y en los que se vea que lo tienen por otras ôrdenes religiosas o por los pobres o por sus parientes, se les considerarâ inutiles, y se les prepararâ lentamente para expulsarlos del modo dicho.
CAPITULO XI
Como se conducirân los nuestros de comûn acuerdo con los expulsados de la Sociedad
1° Como los expulsados sabrân algunos de nuestros secretos, podrâr. perjudicar a la Compania y habrâ que contrarrestarlos del siguiente modo: antes de expulsarles se les obligarâ a prometer por escrito y jurar que no dirân ni escribirân nunca nada perjudicial a la Compania. Los superiores conservarân escritas por los mismos culpables sus malas inclinaciones, sus defectos y vicios, confesados en descargo de su conciencia, segûn la costumbre de la Sociedad y de los que en caso de necesidad los superiores se servirân revelândolos a los grandes y a los prelados para que no los asciendan.
2° A todos los colegios deberâ escribirse inmediatamente, anunciândoles las expulsiones, exagerando las razones que las han motivado, particularmente la insumisiôn de su espiritu, la desobediencia, la terquedad, etc., previendo a todos los otros que no tengan relaciones con ellos; y si hablan de ellos con extranos, que todos estén de acuerdo diciendo en todas partes que la Sociedad no expulsa a nadie sin razones poderosas; que cual la mar, arroja los cadâveres, insinuando las causas que los hacen odiosos, para que su expulsion parezca plausible.
3° En las exhortaciones domésticas tratarân de convencer a todos de que los expulsados son gente inquiéta que quisiera volver a la Sociedad, exagerando los infortunios de los que perecieron miserablemente por haber salido de la Sociedad.
4° También habrâ que anticiparse a las acusaciones que puedan hacernos los expulsados, sirviéndose de la autoridad de personas graves, que digan que la Sociedad no expulsa a nadie si las causas no son gravisimas, que no rechaza a miembros sanos, lo que puede probarse por el celo con que procura la salvaciôn de las amas de los que no son miembros de ella, y que por lo mismo mâs se preocuparâ de la salvaciôn de los suyos.
5° Después la Sociedad debe prévenir y obligar por todos los medios a los grandes y prelados con quienes los expulsados adquieran autoridad o crédito, haciéndoles comprender que el bien de una orden tan célébré, como ûtil a la iglesia, debe merecerles mâs consideraciôn que un simple individuo, sea el que fuere. Si todavia conservan algûn afecto por el expulsado, se les pedirân las razones que motivaron su expulsion, exagerândolas, aunque que sea ciertas, con tal de obtener los resultados.
6° De todos modos habrâ que impedir que los que por su voluntad se salen de la Sociedad no adelanten en cargos ni dignidades en la iglesia a menos que se sometan y den cuanto tengan a la Sociedad y que todo el mundo sepa que ellos mismos han querido volver a ella.
7° Debe procurarse desde luego que no adquieran cargos importantes en la iglesia, como son las facultades de predicar, de confesar, de publicar libros, etc., para evitar que se atraigan la simpatia y el aplauso del pueblo. Para esto, hay que investigar manosamente su vida y costumbres, las companias que frecuenta, sus ocupaciones, etc., y descubrir sus intenciones con alguno de la familia con quien vivan después de ser expulsados. Cuando se descubra algo indigno y censurable en su conducta, deberâ publicarse por medio de gentes de mejor categoria, para que llegue a oidos de los grandes y prelados favorecedores de los expulsados, a fin de que éstos los repudien, temerosos de que su infamia recaiga sobre ellos. Si no hacen nada censurable, y antes bien se conducen honradamente, habrâ que atenuar con sutilezas y palabras ambiguas las virtudes y acciones suyas que son
alabadas, para menguar, hasta donde se pueda, el efecto y la confianza qu inspirer). Porque importa mucho a la Sociedad que los que expulsa, y sobre todo los que voluntariamente la abandonan, sea del todo suprimidos.
8° Hay que divulgar sin descanso los siniestros accidentes que les sucedan, sin por eso dejar de implorar para ellos las plegarias de los devotos, para que no se créa que los nuestros obran apasionadamente; pero en nuestras casas hay que exagerar mucho las desgracias de los que nos abandonan, para retener a los otros.
CAPITULO XII
A quienes debe conservarse en la Sociedad
1° Los buenos trabajadores deben ocupar el mejor puesto y éstos son: los que aumentan el bien temporal como el espiritual de a Sociedad, y casi siempre son los confesores de principes, de grandes, de viudas, devotos ricos, predicadores y confesores, y sabedores de estos secretos.
2° A los que falto de fuerza y por la vejez abrumados hubieran empleado su talento en pro de los bienes temporales de la Sociedad, se les tendra en consideraciôn por las pasadas cosechas, y porque aûn son aptos para denunciar a los superiores los defectos que observen a los nuestros, pues siempre estân en casa, y no se les debe expulsar en cuanto sea posible para que la Sociedad no adquiera por su abandono mala reputaciôn.
3° Ademâs deberâ favorecerse a los que sobresalgan por el talento, por la nobleza y las riquezas sobre todo si tienen parientes y amigos adeptos a la Sociedad, poderosos y si ellos mismos muestran por ella sincera afeccion. A esos hay que mandarlos a Roma a las mâs célébrés universidades a estudiar; y si hubieron hecho sus estudios en alguna provincia, es necesario que los profesores los impulsen con afecto y favor particulares. Hasta que cedan a la Sociedad sus bienes no se les debe castigar; pero cuando lo hagan, se les mortificarâ como a los otros, aunque con mâs consideracion.
4° Los superiores tendrân también consideraciones especiales con los que traigan a la Sociedad algunos jôvenes escogidos, puesto que asi manifiestan su aficiôn por ella; y mientras éstos no profesen, hay que tener con ellos mucha indulgencia, no sea que aquéllos se los lleven.
CAPITULO XII
De la elecciôn que debe hacerse de los jôvenes para admitirlos en la sociedad, y del modo de entrenarlos en ella
1° Hay que trabajar con mucha cautela en la elecciôn de los jôvenes de talento, hermosos, nobles o que sobresalgan.
2° Para atraerlos mâs fâcilmente, es preciso que muestren particular afecto y fuera de clase les hagan comprender cuân agradable es a Dios que se consagren a él con cuanto posean y particularmente en la Compania de su hijo.
3° Cuando la ocasiôn sea propicia, se les pasearâ por el colegio, por el jardin, y algunas veces por la casa de campo mezclândolos con los nuestros, para que insensiblemente se vayan familiarizando con ellos,
cuidando, no obstante, de que la familiaridad no dégénéré en desprecio.
4° Estarâ prohibido a los nuestros castigarlos, ni hacerles seguir la misma disciplina que a los demâs discipulos.
5° Hay que halagarlos con varios regalitos, y con privilégies, conforme a su edad, y animarles en conversaciones espirituales.
6° Se les debe hacer comprender, que solo por gracia manifiesta de la Providencia, ellos son los escogidos entre cuantos frecuentan el colegio.
7° En otras ocasiones, sobre todo en las exhortaciones, se les debe espantar, amenazândoles con la eterna condenacion si no obedecen a la vocacion divina.
8° Si piden con instancia entrar en la sociedad, se diferirâ la admisiôn mientras se les vea constantes; pero si parecen cavilar, hay que inducirles a que entren pronto.
9° Hay que advertirles eficazmente que no descubran su voluntad a ninguno de sus amigos, ni siquiera a sus padres, antes de que sean admitidos; porque si les viene alguna tentaciôn de desdecirse, la Sociedad y ellos estarân en estado de hacer lo que les plazca; y si no se logra pasar por encima de la tentaciôn, se tendra siempre ocasiôn para animarles recordândoles lo que se les dijo durante el noviciado, o después de los votos.
10° Siendo la mayor dificultad el atraer a los hijos de los grandes, de los nobles, y de senadores mientras vivan con los parientes, si los educan con el propôsito de que les sucedan en sus empleos, habrâ que persuadir a los parientes, por medio de amigos de la Sociedad, que los envien a otras provincias y universidades lejanas, donde nuestros maestros ensenen, después de mandarles instrucciones tocante a su calidad y condiciôn, a fin de que ganen su afecto hacia la Sociedad con mâs facilidad.
11° Cuanto tengan mâs edad habrâ que inducirles a que hagan ejercicios espirituales, de los que se obtiene éxito, sobre todo con alemanes y polacos.
12° Habrâ que consolarles en sus aflicciones, segùn la calidad y condiciôn de cada uno, empleando reprimendas t exhortaciones sobre el mal uso de las riquezas, y aconsejândoles que no desprecien la facilidad de una vocacion, so pena de ir al infierno.
13° Afin de que condesciendan mâs fâcilmente a los deseos de sus hijos de entrar en la Sociedad, se mostrarâ a los padres las excelencias del instituto, comparado a las otras ôrdenes; la santidad y sabiduria de nuestros padres, su reputaciôn en el mundo, el honor y aplauso universal que obtienen de grandes y pequefios. Se les dirâ cuântos principes ya grandes, con mucha satisfaccidn propia, han vivido en la Compania de Jesûs, los que en ella han muerto y los que aûn viven, se les mostrarâ cuân agradable es a Dios que los jôvenes se consagren a él, sobre todo en la Compania de su Hijo, y cuân bueno es el haber llevado un hombre al yugo del Senor en su juventud. Si encuentran alguna dificultad en sus pocos ahos, se les mostrarâ la suavidad de nuestro instituto, que nada tiene de enfadoso excepto los très votos, y, cosa notable, que no hay ninguna régla que obligue so pena de pecado venial.
CAPITULO XIV
De los casos reservados y de las causas porque se debe expulsar a los miembros de la Sociedad
1° Ademâs de los casos expuestos en las constituciones, y de los cuales el superior solo, o el confesor ordinario con su permiso, podrâ absolver hay la sodomia, la holgazanen'a, la fornicaciôn, el adulterio, los tocamientos impûdicos de un varon con una hembra y, sobre todo, el que alguno, bajo cualquier pretexto, por celo o de otro modo, haga algo grave contra la Sociedad, su honor o su provecho: estas son causas justas de expulsion.
2° Si alguien déclara en confesiôn algo semejante, no se le deberâ dar la absoluciôn antes de que prometa revelarlo al superior fuera de la confesiôn, por si mismo o por su confesor. Enfonces el superior harâ lo que mejor le parezca en interés de la Sociedad. Si se tiene alguna esperanza de poder cubrir el crimen, habrâ que imponer al culpable la penitencia conveniente; de otro modo se despedirâ. Sin embargo, que el confesor se guarde de decir a un penitente que estâ en peligro de ser expulsado.
3° Si alguno de nuestros confesores ha oido decir a persona extrana que hizo algo vergonzoso con alguno de los nuestros, que le absuelva antes de que le haya dicho fuera de la confesiôn el nombre del otro pecador. Si lo déclara, se le harâ jurar que no lo revelarâ sin consentimiento especial.
4° Si dos de los nuestros pecan casualmente, al que confiese primero se le retendrâ en la Sociedad, y el otro serâ expulsado; pero al que se quede se mortificarâ y maltratarâ, hasta que, aburrido, e impaciente, dé pretexto a que se le eche.
5° Siendo la Compani'a en la iglesia un cuerpo noble y excelente, podrâ separar de si a los que no le parezcan propios para el servicio de su instituto, a pesar que estuviera al principio satisfecha de ellos, y se hallarâ con facilidad ocasiôn para echarlo si se les maltrata constantemente y se hace todo contra su inclinaciôn, sometiéndoles a superiores severos que los alejen de los estudios y funciones mâs honorificas hasta que se disgusten.
6° De ninguna manera debe conservarse a los que abiertamente hablen contra los superiores, o que de éstos se quejen pûblica o secretamente a los companeros, y a los extranos sobre todo, ni tampoco a los que entre los nuestros o los extranos condenen la conducta de la Sociedad en lo se refiere a la adquisiciôn o conservaciôn o administracién de los bienes temporales, o a su modo de obrar; como, por ejemplo, el deprimir u oprimir a los que no la quieren bien, o que ella arrojo de su seno; tampoco conservarâ a los que no sufran porque en su presencia se defienda a los venecianos, a los franceses, u otros de los que han expulsado de pais la Compania, o le han inferido perjuicios.
7° Antes de expulsar a cualquiera debe maltratârsele, apartândole de las funciones a que estâ acostumbrado, y haciéndole ocuparse en las cosas diversas. Aunque las haga bien, hay que censurarle, y bajo este pretexto aplicarle a otras. Por la mâs pequeha falta se le impondrân rudos castigos, avergonzândole en pûblico, hasta que se impaciente; y se expulsarâ por perjudicial en la ocasiôn en que él lo esperaba menos.
8° Si alguno de los nuestros tiene seguridad de obtener un obispado u otra dignidad eclesiâstica, ademâs de los votos ordinarios se le obligarâ a que
haga otro, consistante en que tendra siempre buenos sentimientos para Sociedad, que hablarâ bien de ella, que sera jesui'ta su confesor, y que no harâ importante sino después de oir la opinion de la Sociedad.
CAPITULO XV
Cômo hay que conducirse con las devotas y las religiosas
1° Confesores y predicadores se guardan de ofender a las religiosas y de tentarlas contra su vocacion, antes bien ganarân el afecto de las superioras, y harân lo posible para recibir sus confesiones extraordinarias y les dirân sermones, si esperan recibir muestras de su reconocimiento; porque las abadesas, principalmente las ricas y lasa nobles, pueden servir de mucho a la Sociedad por si mismas y por medio de sus parientes y amigos; asi es como, introduciéndole en lo monasterios, la Sociedad puede obtener la amistad de los habitantes de la ciudad.
2° No obstante, convendrâ prohibir a nuestras devotas que frecuenten lo conventos de mujeres, por si acaso aquel género de vida les agradare, y la Sociedad se viera frustrada en su esperanza de heredar sus bienes. Debe instârsele a que hagan voto de castidad y de obediencia en manos de sus confesores, mostrândoles que este método de vida esta muy conforme con las costumbres de la iglesia primitiva, puesto que asi brilla la mujer en la casa en lugar de estar oculta en el claustro, dejando a oscuras las aimas; ademâs que a ejemplo de las viudas del Evangelio, harân bien a Jesüs haciéndolo a sus companeros. En fin, deberân décidés cuanto puede decirse contra la vida claustral; se darân estas instrucciones en secreto, no sea que lleguen a oidos de las monjas.
CAPITULO XVI
De la manera de profesar el desprecio de las Riquezas
1° Para que los clérigos seculares no puedan atribuirnos pasiôn por las riquezas, convendrâ rehusar algunas veces limosna de poca importancia, ofrecidas cuan recompensa de servicios prestados por la Sociedad aunque se acepten otras menores, para que no se nos acuse de avaricia si solo recibimos las mâs considérables.
2° A las personas oscuras se les negarâ sepultura en nuestras iglesias, aunque hubieran sido muy partidarias de la Sociedad, para que no se créa que buscamos las riquezas de la multitud de los muertos, y que no vean los beneficios que obtenemos.
3° Con las viudas y otras personas que hayan dado sus bienes se procederâ resueltamente, y en igualdad de circunstancias, mâs rigurosamente que con los otros, por temor de que no parezca que por consideraciôn de los bienes temporales, favorecemos a unos mas que a otros. Con los que estân dentro de la Sociedad debe precederse del mismo modo después de que nos hayan entregado sus bienes; en este caso se les expulsarâ de la Sociedad con mucha discreciôn, a fin de que dejen en nuestras manos parte de lo que tienen, o nos lo dejen por testamento.
CAPITULO XVII
De los medios de hacer prosperar la Sociedad
1° Que todos traten principalmente, hasta en lo que parezca insignificante, de mostrar los mismos sentimientos, o al menos que lo aparenten, porque de este modo, a pesar de las turbulencias que agitan el mundo, la Sociedad aumentarâ y se consolidarâ.
2° Todos deben esforzarse en brillar por su saber y por su buen ejemplo, hasta sobrepujar a los otros religiosos, y especialmente a los pastores, etc., para que el vulgo prefiera que los nuestros lo hagan todo. Hasta en püblico debe decirse que no se necesita que los pârrocos sepan tanto, con tal que cumplan bien deberes, porque pueden aprovechar los consejos de la Sociedad, que, a causa de esto, debe sobresalir en los estudios.
3° Hay que hacer que a reyes y principes agrade esta doctrina, convenciéndoles de que la fe catôlica no puede subsistir sin polîtica en el présente estado de cosas; mas para esto hay que procéder con discrecion. Asî los nuestros serân agradables a los grandes y oîdos en los consejos mâs secretos.
4° Se conservarâ su benevolencia escribiéndoles, de todas partes, noticias escogidas y seguras.
5° No sera pequena la ventaja que se obtendrâ alimentando secretamente y con prudencia las discordias de los grandes, aunque arruinando el poder de las partes contendientes. Si se notan probabilidades de reconciliacion, la Sociedad tratarâ de ser la primera en ponerlos de acuerdo, por temor de que otros se nos anticipen.
6° Habrâ que persuadir por cualquier medio a los grandes, y al vulgo principalmente, de que la Compania se ha establecido por una providencia distinta, particular, conforme a las profecias del abad Joaquin, a fin de que la iglesia se levante de la humillaciôn que le hacen sufrir los herejes.
7° Después de poner nuestra parte el favor de los grandes y obispos habrâ que apoderarse de los curatos y las canonjîas para reforzar mâs eficazmente el clero, que vivîa en otros tiempos bajo cierta régla con sus obispos, y tendîa a la perfeccion. En fin, serâ preciso aspirar a las abadîas y a las prelaturas, cuando estén vacantes, lo que serâ fâcil de obtener considerada la holgazanerîa y estupidez de los frailes. La iglesia ganaria mucho en que los obispados fuesen regidos por jesuitas, y lo mismo la Sede Apostôlica, sobre todo si el papa se hiciese principe temporal de todos los bienes por lo que paulatinamente, y con prudencia y recelo, hay que extender lo temporal de la Sociedad, y no ha duda de que, cuando esto suceda, se alcanzarâ el siglo de oro, y gozaremos entonces paz perpétua y universal, y, por consiguiente, la bendiciôn divina acompanarâ a la iglesia.
8° Si no se puede llegar a tanto, puesto que necesariamente ocurrirân escândalos, habrâ que cambiar de polîtica segûn los tiempos, y excitar a todos los principes amigos nuestros a hacerse mutuamente guerras terribles, a fin de que, implorando por todas partes el socorro de la Sociedad ésta pueda emplearse en la reconciliacion pûblica, conducta que no dejarân los principes de recompensar con los principales beneficios y dignidades.
9° En fin, la Sociedad, después de obtener el favor y la autoridad de los principes, harâ por ser al menos temida de los que la quieren mal.
INSTRUCCION POLITICA
..... se la régla que poh'tica a les padres jesuitas en su tercera profesiôn, "para valerse en el mundo con los seglares, valor con todos y no desfallecer jamâs"- Instrucciôn que solo se dan a los mas astutos y sagaces.
(esta copiada al pie de la letra de un manucristo del padre Cazorla, de la Compahia de Jésus, que existe en la Biblioteca Nacional de Madrid.)
PREFACIO
Avisos discrètes a los mâs entendidos nuestros, para ser retenidos y reverenciados en todos los reinos, provincias, repûblicas, ciudades, villas, lugares; estilo breve y cifra conteniente llena de consejos eficaces para vivir en union; forma politica y grave; los cuales siguiendo la virtud y verdadero vivir, quieren conservarse y vivir poderosos y vâlidos.
Cap. I.-Para el fin que pretendemos, hermanos, es conveniente y aun forzoso proporcionar los medios mâs ûtiles que conducen a este fin, escoger los mâs eficaces para libertarnos de los escollos tempestuosos del estrecho mar de este mundo variable y lleno de mudanzas, escarmentar en cabeza ajena, porque el descuido y falta de prevencion no nos estorbe a conseguir lo que deseamos.
Cap. Il.-Conviene a saber en primer lugar quiénes son los reyes y senores que gobiernan y mandan; quiénes son los poderosos y ricos; que inclinaciones tiene cada uno; en que se ocupa o entretiene de ordinario; qué opinion tiene en el reino o en la ciudad donde vive, en que género o especie tiene su hacienda, dénde o cômo asentadas sus rentas y con quien trata o comunica.
Cap. Ill.-Conocida la persona superior, se sigue saber los que por oficios les siguen y mâs inmediatos; quiénes son sus reyes, sus consejeros, gobernadores, asistentes, y los mâs ministros, e inquirir sus ocupaciones de éstos; enterarse de lo que cada uno puede hacer de su autoridad sin dependencia de su rey o senor, porque el prudente a su tiempo puede valerse de todos en lo que estuviese bien.
Cap. IV.-Saber los mâs cercanos, y amigos y parientes del rey o superiores, y saber el uno mâs cercano y mâs vâlido: acerca de éste no hay que inquirir la inclinaciôn, pues aunque sea contra su voluntad, y forzado de ser inclinado a lo que fuere el rey.
Cap. V.-Sabidas las inclinaciones del senor y vasallos, necesitamos de gracia, ciencia y arte para granjearles la voluntad, y después de granjeada, prudencia y sagacidad para conservarla y pasar adelante con buena politica y reputaciôn para tener lo que deseamos para el bien comûn.
Cap. Vl.-Para alcanzar entrada con los reyes hemos de usar de medios suaves, si no obraren fuertes, por medio de parientes o algûn gran senor privado, o persona que tiene grande puesto que ésta es forzosa a nuestro intento; y si no usando de humildad, buenos ejemplos, acariciando a todos los que nos pueden valer para nuestras pretensiones que conviene asi.
Cap. VII.-En cualquier conversacion sécréta o politica en que se hallaren nuestros hermanos, tengan singular cuidado de hablar siempre bien en favor de los reyes, de sus privados y de todo gobernador, de alabar sus intenciones y obras diciendo que es cosa sagrada, y que Dios cuida de encaminarlos por camino mâs seguro al buen fin que tienen de la conservacién de sus vasallos; eso aplicado a la materia que se trata y a los sujetos con quien se habla.
Cap. Vlll.-Tengan cuidado de aprender a hablar con los privados, ajustândonos a sus
condiciones, ofreciéndonos a su gusto y voluntad; decir que esa es la nuestra hasta que estén fundadas nuestras pretensiones, dar buenos consejos, ofrecer de continuarlos con oraciones y devociones, traerles a la memoria alguna cosa mémorable de la libertad, armas, virtudes o letras suyas, o de sus pasados, que alegra a quien lo oye, facilita lo que se pide y granjea su amistad grande.
Cap. IX.-Cuando se llega a hablar con los reyes, sea con singular crianza, humildad y cortesia, confesando las obligaciones que en general todos tienen de rogar a Dios por su vida y salud, y mâs que todos nosotros; mostrando grandes agradecimientos por las mercedes recibidas, aunque no sean tantas; decir que no queremos otro amparo ni otro bien después de Dios sino el suyo.
Cap. X.-Si los reyes o superiores tienen mujer e hijos, procurar su favor, e ir a pedir nos amparen para con ellos, diciendo son nuestros duenos y nosotros sus capellanes; y es de gran importancia que mujeres y gente moza se huelgan de que les pidan, y las mujeres de ser reconocidas, y los hijos de que les reconozcan por senores trayéndoles a la memoria lo que han de ser, se recrean y alientan y les tendremos gratos, y principalmente si les traen a la memoria algùn ejemplo de libertad, ânimo y valor que les excite a lo mismo que por aqui se facilita...
Cap. Xl.-Ganadas las voluntades de los reyes, principes, mujeres e hijos, se ganan las de sus vasallos, que, como dicen: tal es el amo, tal es el criado; vuelvo a decir, que sabidos reyes, parientes, privados, sus inclinaciones, tratos y correspondencias en poco o mucho y muchisimo en pocas palabras, y se sabe y le ensena la mayor parte de lo que deseamos.
Cap. XII.-Para obligar a un general o rey a favorecer a nuestras pretensiones, hace mucho al caso la carta de rey o principe que no sea el suyo; que cualquiera se honra de verse suplicado de senores soberanos, y mâs si son parientes de su dueno; y cuando no sean sino iguales en oficio tienen particular vanidad en que los rueguen, y se vencen a sus ruegos porque juzgar que los habrân menester en otra ocasion; por esto se ha de procurar siempre el favor de un principe para con otro: estos favores tienen gran calidad, que se precian por sus intereses de hacer unos por otros, principalmente los ministros por los grandes a quienes pueden haber menester.
Cap. XIII.-Conservar siempre la amistad de grandes senores poderosos, hablar siempre con ellos como el prudente viere que conviene para tenerle grato; que teniendo a éstos, tendremos a los demâs y éste es el camino de ir siempre mejorando en nuestras pretensiones.
Cap. XIV.-Los que vayan a fundar, sean muy doctos, ejemplares, devotos, procuren aventajarse a los demâs en dulzura para granjear la amistad con los senores del lugar donde fueren a fundar, que éstos son los que han de fomentar nuestros intereses.
Cap. XV.-Sean los nuestros muy benignos con las mujeres, hijos e hijas de los que trataren, que granjeando a éstos con dulzura, habilidad y algûn regalo, segûn nuestro posible, se granjean con grandes amistades, y se les obliga a que frecuenten nuestras casas con amor de voluntad de padres e hijos.
Cap. XVI.-Decir bien a los padres de sus hijos dândoles esperanzas de que les ha de suceder bien felizmente, segûn la ocupacién de cada uno de su género, con encarecimiento; a las mujeres alabarles sus maridos, que si estân conforme, serâ hacerse duenos de sus corazones, a ellos alabarles la virtud, bondad y cristiandad de sus mujeres, encarecerles el amor que ellas les tienen; con esto se ganarâ el juego entrambos.
Cap. XVII.-Hacerles plâticas de amor de Dios con algunas autoridades de Santos, diciendo que el amor de Dios vive en los casados y ellos en Dios que los que van a
.undar, van con cuidado de ensenar y ganar voluntades de los que vieren, porque el amot de Dios no es ocioso ni sabe serlo, y as! engendra amor de las aimas; con estas otras razones nos comprendemos entre maridos y mujeres; decir a los padres que estân muy obligados a Dios por haberles hecho hijos y taies, de taies padres; a los hijos por haberles dado tanto tiempo en que enmendan sus faltas; a los mozos de muchas miserias en que podian, como otros, haber caido y acabado con ellas.
Cap. XVIII.-Tomar con esto posesiôn, medir con régla y prudencia la forma y manera conveniente para que persevere y se vaya aumentando la fâbrica y sustento de los nuestros; y aunque sea con modestia los principios, no importa, que después se irén extendiendo largamente y mâs si se observa tener gratos a los principales.
Cap. XIX.-Los novicios que reciban, sean hijos de los mâs poderosos y mâs nobles, y si puede ser, los herederos y primogénitos, por muchas razones, que los padres se inclinarân donde estén los hijos, y a la casa, porque los tiene; pues aunque al principio haya algûn desabrimiento, se aplaca.
Cap. XX.-Recibido el novicio, dése parte al superior de la provincia y al padre general una vez cada ano, para que sepa los que son en todo de nuevo.
Cap. XXI.-Para que nuestro padre general sepa procurar lo que nos conviene en todas las provincias de Europa y fuera de ella ha de tener nuestra compania fiel correspondencia entre ella, ha de tener nuestra compania fiel correspondencia entre si; avisando los unos a los otros todo lo que pasa en todo el género de cosas asi nuestras como ajenas, en todos los Estados, modos y maneras de los gobiernos, tratos, contratos, paces y guerras de reinos, provincias y ciudades: lo que vale y estima cada cosa; las vias por donde mâs fâcilmente se puede adquirir, intentar y alcanzar lo que nos estorba a nuestros intentes y comodidad: con esto el curioso hermano pénétra lo que conviene para conseguir nuestros fines, y mâs si los que gobiernan son de los profesos y provectos, y guardan en todo con gran cuidado lo que aquî se les ensena.
Cap. XXII.-Para excusar dentro de nuestros pechos novedades y alteraciones que pueden nacer de comunicar con muchos el gobierno tenga el superior dos confidentes que le avisen todo lo que pase en casa, sin que los demâs entiendan por arte o parte; y el comunicar con éstos sea raras veces, y sin que sepa el uno del otro; y regale y estime a los que tuviesen ese cuidado hasta saber que desea; sin ruido, remediar lo que fuese necesario con suavidad, quitando los miembros que causen malicia, y acudiendo con tiempo se évita cualquier dano; y si fuere escandaloso, mâs vale con sano y maduro consejo despedir de una vez que lidiar mucho tiempo con lo que no se debe consentir segûn nuestra profesién.
Cap. XXIII.-Han de frecuentar los nuestros los sehores principales y de respeto, dondequiera que estuviésemos; visitarles en sus casas con grandes cortesias: visitar a sus mujeres e hijos ofreciendo a su servicio nuestros deseos; ofrecerles la ensenanza de sus hijos con crianza, urbanidad y letras, segûn el estado de cada uno; cuidar con sus aimas administrândoles los Sacramentos con devocion, caridad y suavidad, sin mostrar interés alguno ni recibir cosa de ninguna especie durante mucho tiempo.
Cap. XIV.-Los que salen a estos ministerios han de comunicar con al cabeza cada semana una vez lo que han hecho en su procuracién y ocupaciôn, con quién han comunicado y en qué cosas y casos han entrado; todo con grande silencio, que es la llave de todo nuestro negocio: el traje, vestidura, cofre y guarda a la seguridad de un hombre sabio, obliga por lo natural y por justicia y amistad y por caridad, y asi se debe observar mucho en nuestra compania escuchando lo que nos dicen y callando lo que sabemos.
Cap. XXV.- El que gobierna use de mucho creer lo que pareciere a él conveniente, a lo menos conforme a sus intentos; escuche a sus confidentes, si son hombres de bien; el
prudente cuando honra a todos en pûblico y se recela de cada uno en particular; quien vive con muchos ha de hacer orejas de mercader, oir tal vez lo que no quiere, disimular al vez lo que pesa, ignorar lo que entiende, y preguntar lo que sabe, abonar lo intolérable; para avenirse con muchos tenga el prudente escrito en el corazôn, y muy secreto, porque es gran afrenta si no se guarda como se debe.
Cap. XXVI.-No han de comunicar los maestros, su son prudentes, sus cosas con nadie, fuera de su casa, antes de procurar saber de todos, y que nadie sepa de ellos, asi.
Cap. XXVII.-Para vivir, régir y gobernar sobre lo dicho, conviene que estudien y sepan todos los medios y modos de pedir y alcanzar; todos se ejecuten, sin perdonar ninguno, para poner nuestra obra en punto fijo e inmévil.
Cap. XXVIII.-Todo prudente que gobierna ha de poner diligencia astuta y sécréta entre nosotros en que se haya correspondencia en todo el orbe de parte a parte entre nosotros, porque sepamos de todo lo que pasa en particular y en general, y lo que nos pueda ser de dano y provecho en cualquiera parte; y asi los padres provinciales, rectores y propositos han de tener correspondencia en todos los reinos, y con su cabeza provincial o general, que ha de estar siempre o lo mas del tiempo en Roma.
Cap. XXIX.-Nuestros hermanos que se aûnen y conformen en toda suerte; que sus lecciones y persuasiones pertenecientes a ensenanza, doctrina, negociaciones y solicitud sea una misma régla en todas partes del mundo de levante al poniente; una misma régla de vestir, calzar y recogimiento, gobierno y tratos en lo divino y humano, porque si diferenciamos, sera principio de nuestra destruccién.
Cap. XXX.-Sépase en cada casa la gente grave y fundada que hay en toda orden, que estas son las columnas de la casa de Jesùs, que es nuestra Compania, y los que saben, pueden y valen y negocian, para que se obre en todos unes a ejemplo de otros y hagan lo que nos importa. Conviene que se echen en todas partes buenas raices, para que tengan refugio los hermanos de los otros.
Cap. XXXI.-Téngase gran cuidado que se sepa en ;a comunidad las cosas graves de ella; sépanlas solo los que las gobiernan y tratan del bien comün: que no conviene que los particulares entiendan estas materias,a por lo mucho que importa guardarse de todos.
Cap. XXXII.-Los padres graves tengan correspondencia fuera de su natural con personas de cuenta, y cuando no pueda por ser por comunicacion personal, ser por cartas, que es de grande importancia.
Cap. XXXIII.-En todas las conversaciones tengan los nuestros gran atenciôn de decir a los seglares lo que nuestra Compania, bien ensenan, predican y escriben, y encarecérselo mucho, aunque no sean tan eminentes, para que se nos aficionen y crezca nuestra fama por todo el mundo.
Cap. XXXIV.-No solo se procure la amistad de senores y senoras, por medio de sus amigos, de suerte que los que son suyos hagamos nuestros, sino también por medio de los secretarios, que es camino por donde se puede saber mucho.
Cap. XXXV.-En toda casa haya un hombre hecho y bien recibido, y éste tenga dos confidentes seglares, que no sepa el uno del otro, ni otro sepa que éstos tratan en esto, con que sabra todo cuanto fuera de casa pasa.
Cap. XXXVI.- El que gobierna tenga cuatro o cinco confidentes en la misma conformidad, que le avisen de todo lo que pasa en el lugar y en general y en particular tenga una memoria de todas las calles, plazas, casas de senores, senoras, consejeros, administradores, gobernadores y procuradores; y procurare tener un confidente en cada calle, y éste le avise y dé memoria de todos los principales que viven en ella, si son propias o alquiladas las casas en que viven, sus oficios, ocupaciones, hacienda, calidad
.ugares de donde son naturales; que sera muy gran cosa y mâs si en cada casa de seno: o senora tienen un confidente que le avise lo que pasa y le ayude a su obra, aunque él inste en regalarle, que no se puede excusar.
Cap. XXXVII.- En los lugares donde no tenemos casa importa tener un confidente que nos avise que gente hay en ellos, qué tratos tienen, qué oficios, qué haciendas, en qué nos pueden ser de provecho, en que manera se podrâ valer el prudente de ellos en la ocasion que no es menos importante que todos.
Cap. XXXVIII.-Procure el que gobierna tener entrada en todas las casas principales por medio de su confidente, que harâ buen tercio con el dueho de la casa; al principio entrar en cualquiera de ellas con mucha sagacidad, astucia, y tiento, hablando y conversando segûn los capitulos pasados disponen, atendiendo a la materia, tiempo ocasion en que se hallare, disponiendo las dificultades con suavidad que eso y decir bien de todos, y que los ama tiernamente, cautiva la voluntad y dispone para lo que queremos.
Cap. XXXIX.-Cuando hubiere disgusto de consideracion entre marido y mujer o con criados, el hermano que tuviere entrada en aquella casa avise al padre rector, como persona de mâs autoridad, para que los ponga en paz con razones dulces y amorosas, que los obligarâ gravemente y si fuese en ocasion un regalo de parte del superior, serâ tenerlos convencidos para lo que quisiere; después alabe al uno al otro, y dé a entender que la pesadumbre se sepa en parte alguna; si el hombre tiene la culpa, decirle la obligacién que tienen los hombres principales de llevar con paciencia las cosas de las senoras, que por su bondad merecen ser respetadas; si la tiene la mujer, hablarle con gran suavidad y amor lo que las mujeres calificadas deben sufrir y respetar a sus maridos, y asi serâ dueno de las voluntades de entreambos.
Cap. XL.-Tengan grande cuenta de tener gratos a los hijos de los senores que visitan, que son pedazos de los corazones de los padres.
Cap. XLI.-Procurar conservar la amistad del criado que mâs mande en casa de su senor o senora, que es de suma importancia y cuando se llegaré a confesar cualquier criado o criada de la casa que frecuentamos, recibirlos con singular benevolencia, persuadirlos a que aficionen sus amos a mâs frecuentar, que vaya tomando aficién a la doctrina que ensenamos; que as! se reducen los ânimos de todos a lo que deseamos; pues esto harâ el prudente lo que juzgar que conviene a nuestra pretension.
Cap. XLII.- Después de conocido el sujeto y caudal de quien comunica, el prudente puede comunicarle lo que importa que favorezca nuestra fâbrica, xii la necesidad que tiene de ello el puesto en que estâ, diciéndole que aunque vea otras religiones en él, no sirven como la nuestra, ni dan empleo, ni saben, ni viven como ella, y otras cosas de esta traza, hasta que se desaficionen de las demâs, pero con traza y que aparente y con esto, con decir que sus antepasados u otros ilustres senores han favorecido semejantes obras, que no han de ser ellos de menor valor y Wi, que son de igual calidad, se harâ que hacienda y cualquiera mâquina que armara de éstas por el prudente, sirva al confesor para dar luego aviso al superior para que acuda con lo que conviene.
Cap. XLIII.-Ninguno de ninguna manera pueda ni pretenda casa para si, y si tal sucediese, que el confidente avise al superior para que al punto lo remedie; desde lugar con todo secreto y prestanza como fuere, a confesar a casa de duques, condes o marqueses, o gente de calidad, y haciendo el prudente les diga lo que han de hacer, y el confidente avise al superior de lo que hace, y ellos den cuenta en viniendo de lo que han hecho, a ver si se conforma con el confidente y haciendo algunas veces que los que los que van a unas casas vayan a otras, serâ mâs dueno el superior de todo.
Cap. XLIV.-Tratar de todo lo que toca al gobierno de estas casas, con o se haga con prudencia, es ir ganando tierra a las voluntades, y se junte el prudente dos veces a la
''semana con el superior a tratar lo que conviene intentar, y por que modos se han encaminar; en vez que gasten en sus personas y cosas mâs de lo que tienen de hacienda
y antes menos; si tienen enfermedades que nunca faltan, prometerles la salud, darles esperanza de ella mientras la naturaleza lo permite y el estado de la enfermedad; pero si déclina y empeora, tratar de su salvaciôn con palabras suaves y blandas, y pedir que se acuerden de nosotros en sus testamentos, que nadie cuidarâ de su aima en toda la iglesia como nosotros; significarle de camino el sentimiento que tenemos de su enfermedad, conforme fuere la calidad del enfermo, y que ayude al superior con algùn regalo extraordinario y visitarle los mas graves de casa, consolando y granjeando al heredero, ofreciendo y asegurando perpetuamente sacrificio; diciendo que se hace de diferente modo en nuestras casas que en las demâs religiones, tanto que sirve de sufragio y ejemplo al mundo, porque nosotros fundamosa en Jesucristo Salvador, que harâ con los que nos favorecen infalibles misericordias encajar de presto alabanzas de nuestro padre fundador y de otros hijos escogidos suyos que hemos conocido, y tenemos que decir que han hecho y hacen milagros cada di'a, y acomodarlos con arte y gracia; persuadir que el principio nuestro es militar, y perseverar debajo del santo nombre de Jésus, lo que otros ningunos han hecho ni harân jamâs, cuya doctrina suprema y evangelio con tanta verdad predicamos, en cuya confesiôn derramamos nuestra sangre, que toda la iglesia militante junta no lo hace, ni todas las religiones juntas hicieron ni harân lo que nosotros solos hemos hecho y haremos y debajo de este nombre triunfaremos del Demonio y mundo: todas estas plâticas se hagan con grande amor, diciendo que no tenemos otro fin que salvar las gentes, limpiar el mundo de vicios, ensenar la fe viva y buenos deseos de vivir.
Cap. XLV.-Sobre todo, importa observar esas réglas con prudencia y usar de ellas, segûn el tiempo, lugar y ocasion oportuna con quien se trata, segûn la materia que pretendamos granjear estando los que tratan muy en la suastancia de todas las materias, y con esto podrân todos los que la tratan en toda sazôn gobernarse, régir, mandar, obedecer, callar, hacer diligencia y adquirir con entendimiento sin vélo, y siendo bien recibidos de todos.