a1 |
http://tadew.free.fr/GENERAL-RIGAUD.htm |
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a2 |
http://tadew.free.fr/Imperio_portugues.htm |
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a3 |
http://tadew.free.fr/louis-philippe.htm |
MONITA
SECRETA O INSTRUCCIONES RESERVADAS DE LOS JESUITAS |
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a4 |
http://tadew.free.fr/protocoles-des-sages-de-sion.htm |
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a5 |
http://tadew.free.fr/Wanclik-Ancestry.htm |
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a6 |
http://tadew.free.fr/18544774.htm |
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a7 |
http://tadew.free.fr/Charles-Felix.htm |
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a8 |
http://tadew.free.fr/ComteStGermain.htm |
Los jesui'tas han
negado la autenticidad de esta obra; trabajo inùtil, aunque lôgico en quienes
estân acostumbrados por voto de obediencia a negar las verdades més
inconcusas. |
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a9 |
http://tadew,free,fr/who%20were%20napoleon.htm |
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a10 |
http://tadew,free,fr/archivo_1418.htm |
El manuscrito en
latin de la Mônita Sécréta fue encontrado entre los papeles del padre
Brothier, ültimo bibliotecario de la Compania de Paris, antes de la
revoluciôn; esta conforme con la ediciôn de Paderborn, hecha en 1661, por
ûltimo, con el manuscrito, perfectamente auténtico, que existe en el archivo
de Bélgica, en el palacio de Justicia de Bruselas, con el titulo de Sécréta
Monital, ou Avis Secrets de la Société de Jésus. |
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a11 |
http://tadew,free,fr/archiva_polskich_sil_zbrojnych_na_zachodzie.htm |
|
a12 |
http://tadew,free,fr/Clavijo-de-Beaumarchais,htm |
Esta traduccién se ha
hecho de la sexta ediciôn publicada en Paris en 1685 con el texto latino
enfrente del francés, para edificaciôn del lector que ella verâ hasta dônde
pueda llegar la hipocresia erigida en régla de conducta para amontonar
riquezas, enganando y corrompiendo a los incautos so pretexto de religion. |
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a13 |
http://tadew,free,fr/comte-de-saint-germain-memoires,htm |
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a14 |
http://tadew,free,fr/Philippe-Egalite_Histoire-et-Secrets,htm |
PREFACIO |
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a15 |
http://tadew,free,fr/rtellechea,free,fr |
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Los superiores deben
guardar entre sus manos cuidadosamente estas instrucciones particulares, y no
deben comunicarlas mas que algunos profesos, instruyendo solamente a algunos
de los no profesos, cuando lo exija la conveniencia de la Sociedad; y esto se
harà bajo el sello del silencio, y no como si se hubiesen escrito por otro,
sino cual si fuesen producto de la experiencia del que las da. Como muchos
profesos conocen estos secretos, la Sociedad arreglô desde sus érdenes, a no
ser a la de los Cartujos, por el retire y silencio en que viven, y el Papa
nos lo concediô. |
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Hay que poner sumo
cuidado en que estas advertencias no caigan en manos de extranos, porque les
darân una interpretaciôn siniestra, por envidia a nuestra instituciôn. Si
esto sucediera, lo que Dios no quiera, debe negarse que son taies los
sentimientos de la Sociedad, haciendo que asi lo aseguren los que ciencia
cierta se que lo ignoran, y oponiéndoles nuestras instrucciones generales y
réglas, impresas y manuscritas. |
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Los superiores deben
siempre investigar cuidadosamente y con prudencia, si alguno de los nuestros
ha descubierto a extranos estas instrucciones sécrétas; y a nadie se tolerarâ
que las copie, ni para si ni para otro, sin consentimiento del general, o al
menos del provincial; y si se duda de que alguien no sea capaz de guardar
secretos tan grandes, se le despedirâ. |
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MONITA
SECRETA: CAPITULO PRIMERO |
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De qué modo debe
conducirse la sociedad cuando comienza alguna fundaciôn. |
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1° Para hacerse
agradables a los vecinos del pueblo, importa mucho explicarles el objeto de
la Sociedad tal como esta prescrite en las réglas, donde se dice que la
Sociedad debe aplicarse con tanto afân a la salvaciôn del prôjimo como a la
suya propia. Para esto deben desempenarse en los hospitales las funciones mas
humildes, visitar a los pobres, a los afligidos y a los presos. Es preciso
oir las confesiones con benevolencia, y ser con los pecadores muy
indulgentes, a fin de que las personas mâs importantes admiren a los nuestros
y los amen, tanto por la caridad que demuestren para todos, como por la
novedad de su blandura. |
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2° Que todos tengan
présente que deben pedir modesta, y religiosamente |
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los medios de ejercer les ministerios de la Sociedad, y
tratar de alcanza: benevolencia, principalmente de los eclesiâsticos y de los
seglares que ejercen autoridad, a los que algùn dia podrân necesitar. |
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3° También deberân
irse a los lugares apartados, en los que recibirân las limosnas que quieran
dar, por pequenas que sean, después de hacer présente la necesidad de que
ellas tienen los nuestros. Luego deberâ darse limosna a los pobres, a fin de
hacer formar buena opinion de la Sociedad a los que aun no la conocen, y de
que sean con nosotros muy generosos. |
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4° Que todos parezcan
inspirados por el mismo espiritu, y que aprendan a tener las mismas maneras,
para que la uniformidad en tan gran numéro de personas los haga simpâticos y
respetables. A los que asi no lo hagan, despedirlos por perjudiciales. |
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5° Al principio los
nuestros deben guardarse de comprar propiedades; pero si juzgan necesario
comprarlas, que lo hagan en nombre de amigos fieles, que den la cara y que
guarden el secreto. Para que nuestra pobreza se vea mejor, conviene que las
tierras que se posean junto a un colegio se asignen a otros que estén
lejanos, lo que impedirâ que principes y magistrados sepan a cuanto ascienden
las rentas de la Sociedad. |
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6° Que no se establezcan
colegios mâs que en las ciudades ricas. |
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7° A las viejas viuda
hay que encarecerles nuestra extrema pobreza, para sacarles el dinero que se
pueda. |
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8° Que solo el
provincial sepa en cada provincia a cuânto ascienden nuestras rentas; que a
lo que asciende el tesoro de la Compania sea un ministerio sagrado. |
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9° Que los nuestros
prediquen y digan en sus conversaciones que han ido a ensehar a los ninos y a
socorrer a los pobres gratuitamente, y sin distinciôn de personas; que no
somos una carga para los pueblos, cual las otras ôrdenes. |
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CAPITULO
II |
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De qué manera los
Padres de la Sociedad podrân adquirir familiaridad con los principes, los
grandes y personas importantes. |
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1° Es preciso
consagrar nuestros esfuerzos a ganar la simpatia y el ânimo de los principes
y de las personas mâs importantes, a fin de que nadie se atreve con nosotros,
sino que al contrario todos se vean obligados a depender de nosotros. |
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2° Como la
experiencia nos ensena que los principes y los grandes senores son
particularmente aficionados a los eclesiâsticos, cuando éstos ocultan sus
acciones odiosas y las interpretan favorablemente, como se ve en los
casamientos que contraen con sus parientes a aliadas, o en cosas semejantes,
es preciso alentarles a contraer esas alianzas, haciéndoles esperar que por
nuestra mediacion obtendrân del papa las licencias o perdones necesarios, si
se les explican los motivos, si se le presentan casos anâlogos, y si se le
hacen présentes los sentimientos que los recomiendan bajo el pretexto del
bien comûn y de la mayor gloria de Dios, objeto principal de la Sociedad. |
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3° Lo mismo debe
hacerse si el principe emprende algo que sea agradable a todos los grandes
senores: debe animârsele, empujarle e inducir a los otros |
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a consentir con el principe y a no contradecirle, pero sin
llegar nunca singularizarse, porque si no sale bien el negocio, no se lo
imputen a la Sociedad; y que si el proposito del principe fuese desaprobado,
y la Sociedad acusada de instigadora, pueda emplearse la autoridad de algunos
padres que no conozcan estas instrucciones, a fin de que puedan afirmar con
juramento que calumnian a la Sociedad a proposito de lo que le imputan. |
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4° Para hacerse dueno
del espîritu de los principes, sera ûtil que los nuestros se insinûen
diestramente, y por medio de otras personas, para desempenar por elles
embajadas, y sobre todo, con el papa y los grandes monarcas. Con tal ocasiôn
podrân recomendarse a si propios y a la Sociedad, por lo cual no deberân
destinarse a esto mas que personas llenas de celo y muy enteradas en las
cosas de nuestro instituto. |
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5° Conviene
especialmente atraerse la voluntad de los favores de los principes y sus
criados por medio de regalos y oficios piadosos para que den noticia fiel a
nuestros padres del carâcter e inclinaciones de los principes y grandes. De
este modo la Sociedad podrâ ganar con facilidad tanto a unos como a otros. |
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6° La experiencia nos
ha ensenado cuântas ventajas ha sacado la Sociedad de mezclarse en los
casamientos de los principes de la casa de Austria, y de los que se han hecho
en otros reinos, en Francia, en Polonia, etc., y en diverses ducados; por eso
hay que proponer partidos ventajosos, escogidos, que se admitan, y que sean
familiares a los parientes, y a nosotros y a nuestros amigos. |
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7° A las princesas se
les ganarâ fâcilmente por sus doncellas; y para esto es précise ganar la
amistad de éstas, que es el medio de entrar en todas partes y de conocer los
asuntos mâs secretos de la familia. |
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8° En la direccién de
la conciencia de los grandes senores, nuestros confesores seguirân las
mâximas de los autores que dejan mâs libertad a la conciencia, contra las de
los otros religiosos, a fin de que los abandonen, prefiriendo nuestra
direccién y consejo. |
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9° Es précisé dar a
conocer los méritos de nuestra Sociedad a principes y prelados, y a todos los
que puedan favorecerla extraordinariamente, después de mostrarle la
importancia de este gran privilégie. |
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10° También hay que
insinuar con habilidad y prudencia, el amplisimo poder que tiene la Sociedad
para absolver hasta los casos reservados tan superior al de los otros
pastores y religiosos; y para concéder a los jôvenes dispensas de los deberes
que deben dar o pedir, de los impedimentos de matrimonio y otros. Esto harâ
que muchos recurran a nosotros y nos queden obligados. |
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11° Es preciso
invitarles a los sermones, a las conferencias, arengas y declamaciones, etc.,
y honrarlos con tesis y con poesias, y si es ûtil, darles banquetes y
adularlos. |
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12° Sera necesario
procurar la reconcialiaciôn de los grandes en sus enemistades y disensiones,
porque asi, poco a poco, conoceremos a los que le son familiares, y sus
secretos, y unos y otros nos servirân. |
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13° Que si alguno que
no ame nuestra Sociedad sirve a principes o monarca, se trabaje por los
nuestros, o mejor por medio de otro en que se haga nuestro amigo y familiar
de la Sociedad, con promesas y favores, y procurando que el principe o
monarca a quien sirve mejore su Estado. |
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14° Que todos se guarden de recomendar a nadie, o de
procurar ventajas les que salieron de la Sociedad por cualquier causa, y
principalmente a los |
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que salieron por su
voluntad, porque, digan lo que quieran, alimentan contra ésta un odio
irréconciliable. |
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15° Por ûltimo, que
cada uno haga cuanto pueda para obtener el favor de los principes, grandes y
magistrados, a fin de que, cuando la ocasion se présente, obren vigorosa y
fielmente por nosotros, aunque sea contra sus parientes, aliados y amigos. |
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CAPITULO
III |
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Cômo la Sociedad debe
conducirse con los que ejercen gran autoridad en el Estado y que aunque no
sean ricos, puedan prestar otros servicios |
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1° Ademâs de las
cosas que acaban de decirse, y que con discernimiento pueden aplicarse casi
todas, es preciso cuidar de atraerse su favor contra nuestros enemigos. |
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2° Es preciso
servirse de su autoridad, de su prudencia y de su consejo para que la
comunidad adquiera bienes y obtenga empleos que puedan ser ejercidos por los
nuestros sirviéndose en secreto de sus nombres para la adquisiciôn de bienes
temporales, si se créé que pueda fiar de ellos. |
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3° Es preciso
servirse también de esos personajes para ablandar a la gente vil y al
populacho, contrario a nuestra Sociedad. |
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4° Deberâ exigirse lo
que sea posible de obispos, prelados y otros superiores eclesiâsticos, segùn
la diversidad de razones y la inclinacidn que sientan por nosotros. |
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5° En algunos sitios
bastarâ obtener que los prelados y los pârrocos hagan que sus subordinados
respeten la Sociedad, y que no impidan nuestras funciones en los paises en
que tienen mâs influencia, como en Alemania, en Polonia, etc. Sera preciso
tributarles grandes respetos, a fin de que por su autoridad y por la de los
principes, los monasterios, las parroquias, los prioratos, los patronatos,
las fundaciones de misas, los edificios consagrados al culto, pueden caer en
nuestras manos, lo que no sera dificil donde los catôlicos estân mezclados
con los cismâticos y herejes. Debe también hacerse comprender a esos prelados
la utilidad y méritos que hay en cambios semejantes, y que no pueden
esperarse del clero secular, o de los frailes. Si o hacen, como deseamos,
debe alabarse pûblicamente su celo hasta por escrito y hacer eterna la
memoria de su acciôn. |
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6° Para esto debe
procurarse que esos prelados se sirvan de los nuestros, asi para las
confesiones como para el consejo, y que si aspiran a mâs altas dignidades en
la corte romana, les ayudemos con todas nuestras fuerzas por medio de amigos. |
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7° Que los nuestros
obtengan de obispos y de principes, que cuando funden colegios e Iglesias
parroquiales, la Sociedad pueda poner vicario con cura de aimas, y que el
superior sea el cura, a fin de que el gobierno de esas iglesias nos
pertenezca, y que los filigrenses estén sometidos a la Sociedad, que obtendrâ
de ellos cuanto pueda. |
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8° Donde las
academias nos sean contrarias, o donde los catôlicos o los herejes impidan
nuestras fundaciones, es preciso servirse de los prelados y |
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ocupar las primeras câtedras, porque asi la Sociedad harâ
conocer su necesidades. |
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9° También deberâ
influirse en les prelados, cuando se trate de la beatificaciôn o canonizacion
de los nuestros, y obtener, de cualquier manera que sea, cartas de los
grandes senores y de los principes que influyan favorablemente cerca de la
Sede Apostôlica. |
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10° Si los prelados o
los grandes senores van de embajadores, convendrâ impedir que se sirvan de
otros religiosos de los que estân mal con nosotros, a fin de que no les
inculquen su odio y los lleven a las provincias y ciudades donde estamos
establecidos. Y si estos embajadores pasan por las ciudades en que la
Sociedad tiene colegios, debe recibirseles con honores y afecciôn, y
regalarles lo que permita la modestia religiosa. |
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CAPITILO
IV |
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Lo que debe recomendarse
a los predicadores y a los confesores de los grandes |
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1° Que los nuestros
dirijan a los principes y a los hombres ilustres, de suerte que parezca que
solo tienden a la mayor gloria de Dios, y a la austeridad de conciencia que
los principes consientan en ceder, porque la manera de dirigirlos no debe
atender al principio, sino insensiblemente al gobierno exterior y politico. |
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2° Por esto deben con
frecuencia advertir que la distribuciôn de los honores y de las dignidades en
la repüblica pertenece a la justicia, y que los principes ofenden gravemente
a Dios cuando proceden apasionadamente. Que protesten con frecuencia y seriedad
de que no quieren mezclarse en la administraciôn del Estado, y que si hablan
es por deber y a pesar suyo. Cuando los principes hayan bien comprendido
esto, debe explicârseles las virtudes que necesitan tener los escogidos para
las dignidades y cargos pùblicos, y procurar que nombren para ellos a los
amigos sinceros de la Sociedad. Sin embargo, esto no debe hacerse
inmediatamente por los nuestros, sino por los que son familiares del
principe, a menos que éste no lo exija. |
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3° Que los confesores
y predicadores recuerden que han de tratar a los principes con dulzura ay
acariciândolos y no chocar con ellos en los sermones ni en las conversaciones
particulares, apartando de su ânimo todo temor, y exhortândoles
principalmente a la fe, a la esperanza y a la justicia politica. |
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5° Casi nunca deben
recibir regalitos para su uso particular, pero si recomendar la necesidad
pùblica de la provincia o del colegio; y deben contentarse en la casa con una
habitacion sencillamente amueblada, no vestirse con mucho esmero, y acudir
prontamente a ayudar y consolar a las gentes mâs viles del palacio, para que
no se créa que solo estân prontos a servir a los grandes. |
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6° Cuando muera algûn
dependiente deben no descuidarse en hablar de sustituirle con amigos de la
Sociedad, pero evitando sospecha de que pretendan arrancar el gobierno de
entre manos del principe. Por esto no deben mezclarse inmediatamente, sino
servirse de amigos fieles y poderosos capaces de arrastrar el odio si lo
hubiera. |
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|
CAPITULO
V |
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Como conviene conducirse
con los otros religiosos que desempenan en la iglesia funciones semejantes a
las nuestras |
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1° Es preciso
soportar con valor esta especie de gente, y dejar entender a propôsito de
ella a los principes y a los que ejercen autoridad, y que nos son adictos,
que nuestra Sociedad contiene la perfeccion de todas las otras ordenes,
excepto el canto y la austeridad exterior en la manera de vivir y de
vestirse; y que si los otros religiosos sobresalen en algo, nuestra Sociedad
brilla eminente en la iglesia de Dios. |
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2° Conviene buscar y
poner de relieve los defectos de los otros religiosos, después de haberlos
descubierto y publicado con prudencia, y como deplorândolos, a nuestros
fieles amigos, hay que demostrar que tampoco son afortunados en el desempeno
de las funciones que nos son comunes. Hay que oponerse esforzadamente a los
que quieran establecer escuelas para ensenar a la juventud dondequiera que
los nuestros ensenen con honra y provecho. A principes y magistrados debe
hacérseles creer que esas gentes causarân turbulencias y sediciones en el
Estado si no se les impide establecer sus escuelas, y que los disturbios
comenzarân por los ninos diversamente educados, y en fin, que la Sociedad
basta para instruir a la juventud en paz, y que procuren obtener y hacer
valer el testimonio de los magistrados, tocante a su buena conducta y
excelente instruccién. |
|
|
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3° No obstante, los
nuestros deben esforzarse en dar muestras particulares de virtud y de
erudicion, ejercitando a los discipulos en los estudios y en juegos
escolâsticos delante de los grandes y del pùblico, para que los admiren. |
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|
CAPITULO
VI |
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De la manera de
conquistar a las viudas ricas |
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1° Que se escojan
para ello padres avanzados en anos, que sean de complexiôn viva y de
agradable conversacién. Que visiten a esas viudas, y que tan luego como vean
en ellas algûn afecto hacia la Sociedad, que les ofrezcan las obras y que les
hagan présentes los méritos de la instituciôn. Y si las aceptaren y visitaren
nuestras iglesias, que se les provea de un confesor que las dirija bien, con
objeto de conservarlas en el estado de viudez, hablândoles de sus ventajas y
ponderândolas la felicidad que tendrân, prometiéndoles como cierto y hasta
repondiéndoles de que asi merecerân la bienaventuranza, y se librarân de las
penas del purgatorio. |
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2° Que el confesor
haga de manera que se entretengan en adornar una capilla o un oratorio en su
casa, en el que puedan entregarse a meditaciones u otros ejercicios
espirituales, a fin de que se alejen de la conversacién y de visitas de los
que la puedan buscar; y a pesar de que tengan un capellân, que los nuestros
no dejen de ir a décidés misa, y particularmente a consolarlas, procurando
dominar al capellân. |
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3° Hay que cambiar
con prudencia e insensiblemente lo que concierne a la direccion de la casa,
de modo que se atienda a la persona, al sitio, a sus aficiones y a su
devociôn. |
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4° Aun poco a poco,
hay que alejar a los domésticos que no estén en buenas relaciones con la
Sociedad, y recomendar reemplazarlos con gentes que |
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dependan o que quieran depender de los nuestros, para que
nos informer, de lo que pase en la familia. |
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5° El confesor no
debe tener mâs objeto que inducir a la viuda a seguir en todo su consejo, y
le debe demostrar, cuando haya ocasiôn, que esta obediencia es la condicion
ûnica de su perfeccion espiritual. |
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6° Debe aconsejarle
el uso frecuente de los sacramentos, sobre todo el de la penitencia, en que
ella descubrirâ sus secretos pensamientos, y sus tentaciones con mucha
libertad. Deberâ comulgar con frecuencia e ir a escuchar a su confesor, para
lo que debe invitârsela, prometiéndole oraciones particulares. También se
harâ que recite las letanias, y que haga examen de conciencia. |
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7° Una confesiôn
general reiterada, aunque antes la hiciera con otro, no servira poco para
conocer bien sus inclinaciones. |
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8° Se le mostrarân
todas las ventajas del estado de viudez y las incomodidades del matrimonio,
los peligros en que se meterfa, y principalmente los que la conciernen. |
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9° Puede también
proponérsele de cuando en cuando, con destreza, uniones a las que se sepa que
siente repugnancia, y si se créé que hay alguna que le agrada, debe
represenârsele que es persona de malas costumbres, a fin de que sienta
disgusto por las segundas nupcias. Cuando haya seguridad de que esta
dispuesta a conservar la viudez, debe recomendàrseles la vida espiritual,
pero no la religiosa, cuyas incomodidades habrâ de mostrarle. El confesor
harâ de suerte que haga pronto voto de castidad, por dos o très anos al
menos, a fin de que cierre por completo la puerta a las segundas nupcias;
hecho esto, debe impedirseles el trato con hombres, y que no goce con sus
parientes ni con sus amigos, so pretexto de unirla a Dios mâs estrechamente.
Respecte a los eclesiâsticos que visiten a la viuda o que ella visite, si no
se les puede excluir a todos, debe tratarse de que los reciba por
recomendacién de los nuestros, o por lo que de éstos dependen. Si llegara
este caso, deberâ inclinarse suavemente a la viuda o que haga buenas obras, y
sobre todo limosnas, aunque siempre bajo la direcciôn de su padre espiritual,
porque importa que se aproveche discretamente el talento espiritual: las
limosnas mal empleadas suelen ser causas de diverses pecados, o los alimentan,
de suerte que se saca de ellas poco fruto. |
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CAPITULO
VII |
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Cémo debe entretenerse a
las viudas, y disponer de sus bienes |
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1° Que se insista
incesantemente en que continûen en su devociôn y buenas obras, de suerte que
no pase semana sin que reduzean sus gastos superfluos en honor de Jesüs y de
la Virgen, o del santo de su devociôn, dândole a los pobres, o para ornamento
de la iglesia, hasta que se las despoje eternamente de las primicias. |
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2° Si ademâs de
mostrar afecciôn general, continüan siendo liberales con nuestra Sociedad,
déseles parte en todos los méritos de ésta, con indulgencias del provincial,
y hasta del general, si son damas de elevada categoria. Si han hecho voto de
castidad hacer que lo renueven dos veces al ano, concediéndoles ese di'a un
honesto recreo con los nuestros. Hay que |
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visitarlas con frecuencia, entreteniéndolas agradablemente,
y regocijândolas con historias espirituales y chanzonetas, segûn la
inclinacién de cada una. |
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3° No se las debe
tratar con mucho rigor en la confesién por no aburrirlas, a menos que se tema
perder su favor, que otros hayan ganado. Esto hay que juzgarlo con mucho
discernimiento, vista la inconstancia de las mujeres. |
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4° Impi'daseles
diestramente que visiten otras Iglesias y que asistan a fiestas religiosas
principalmente a las de los frailes, repitiéndoles con frecuencia, que todas
las indulgencias concedidas a otras ôrdenes estân acumuladas en nuestra
Sociedad. |
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5° Si estân obligadas
a vestir de luto, conviene concederles que se ajusten bien, que tengan buen
aspecto, y que sientan a un tiempo algo espiritual y de mundano, a fin de que
no crean que estân dirigidas por un hombre enteramente espiritual. En fin,
con tal de que no haya peligro de inconstancia. Por su parte, si son siempre
fieles y liberales para la Sociedad, que se les concéda, con moderaciôn y sin
escândalo, lo que pidan para satisfacer la sensualidad. |
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6° Hay que llevar a
casa de las viudas muchachas honradas y nacidas de parientes ricos y nobles,
para que se vayan acostumbrando a nuestra direccion y manera de vivir,
procurândoles una aya escogida por el confesor de la familia, y someterlas a
todas las censuras y a todas las costumbres de la Sociedad. Las que no
quieran someterse se devolverân a sus parientes o las personas que las
trajeron, presentândolas como extravagantes y de mal carâcter. |
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7° No deberâ ciudarse
menos su salud y su recreo que la salvaciôn de sus aimas; por esto, si se
quejan de sufrir indisposiciones, se les prohibirân los ayunos, los cilicios,
las disciplinas corporales, y hasta el ir a la iglesia; pero se les gobernarâ
en la casa en secreto precaucion. Hay que dejarlas entrar en el jardin y en
el colegio, a condiciôn de que sea secretamente, permitiéndoles con lo que
mâs les agraden. |
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8° Afin de que una
viuda disponga de sus rentas en favor de la Sociedad, le propondrân la
perfeccion del estado de los santos varones que, habiendo renunciado al
mundo, a sus familias y bienes, se han consagrado al servicio de Dios con
gran resignaciôn y gozo, explicândoles con este objeto lo que dice nuestra
Constituciôn y el examen de la Sociedad referente a la renuncia de las cosas
humanas. Muéstresles el ejemplo de las viudas que en poco tiempo han llegado
asi a ser santas, y hâganseles esperar que serân canonizadas si perseveran
hasta el fin, haciéndoles ver que nuestra influencia con el papa no les
faltarâ. |
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9° Es précise
infundir profundamente en su espiritu que si quieren gozar del mâs perfecto
reposo de su conciencia, deben seguir sin murmurar, sin aburrirse ni sentir
repugnancia interior, tanto en las cosas temporales como en las espirituales,
la direccion de su confesor, destinado particularmente por Dios para
dirigirlas. |
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10° Hay que
instruises también oportunamente en que si la limosna que hacen a los
eclesiâsticos, y sobre todo a los religiosos de vida ejemplar, es
conveniente, no deben hacer sin la aprobaciôn de su confesor. |
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11° Los confesores
tendrân el mayor cuidado en que esta clase de viudas, sus penitentes, no
visiten a otros religiosos bajo ningün pretexto, ni que se |
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familiaricen con ellos. Para impedirlo elogiarân la
Sociedad, como mâs excelente que las otras, mâs ùtil en la iglesia, de mâs
autoridad cerca del papa y de todos los principes, perfectisima en si misma,
porque despide a los que son perjudiciales y poco escrupulosos, porque en
ella no se admite ni espuma ni hez, cosas que tanto abundan entre los
frailes, que suelen ser ignorantes, haz, glotones y négligentes en lo
referente a su salvacién. |
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12° Los confesores
deben proponerles y persuadirlas a que paguen pensiones ordinarias y tributos
todos los anos para ayudar a sostener los colegios y casas de profesos, sobre
todo la casa de Roma, y que no olvide los ornamentos de los templos, la cera,
el vino, etc., necesarios para decir misa. |
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13° Si una viuda no
da todos sus bienes en vida a la Sociedad, debe buscarse ocasion, sobre todo
cuando esté enferma o tenga la vida en peligro, para hacerle présente la
pobreza de nuestros colegios y de procesos que estén por fundarse con
dulzura, pero con fuerza, a hacer estos gastos, sobre los que fundaran su
gloria eterna. |
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14° Lo mismo hay que
hacer con los principes y otros bienhechores. Se les debe persuadir a que
hagan fundaciones perpétuas en este mundo, para que Dios les concéda la
gloria eterna en el otro. Si algunos malévolos alegan el ejemplo de
Jesucristo, que no tuvo donde reposar la cabeza, y quieren que la Compania de
Jesûs sea también muy pobre, hay que demostrar a todos hasta hacerlo penetrar
en su espiritu, que la iglesia de Dios, al présente ha cambiado, llegando a
se una monarquia, que debe sostenerse por la autoridad y gran poder contra
sus enemigos, que son poderosos, puesto que ella fue la piedrecilla partida y
es ya la grandisima montaria predicha por el profeta. |
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15° Muéstrese con
frecuencia a los que se han dedicado a hacer limosnas y a decorar las
iglesias, que la soberana perfeccion consiste en que, despojândose del de las
cosas terrestres, entre en posicién de Jesucristo y de sus compafieros. |
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16° Como hay menos
que esperar de las viudas que educan a sus hijos para el mundo, procurer que
los dediquen a la iglesia. |
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CAPITULO
VIII |
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Lo que debe hacerse para
que los hijos de las viudas abracen el estado religioso de devociôn |
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1° Como se necesita
que las madrés obren con vigor, los nuestros deben conducirse con dulzura en
estas ocasiones. Hay que inducir a las madrés a disgustar a sus hijos desde
la mâs tierna infancia, con censuras y reprimendas, etc; y principalmente
cuando sus hijas talluditas, a que se nieguen a darles adornos, y a que
deseen con frecuencia para ellas y pidan a Dios que aspiren a ser religiosas,
prometiéndoles un gran dote si quieren ser monjas. Para esto deben
recordarles los inconvenientes comunes a todos los matrimonios, y ademâs los
que sufrieron en el suyo, mostrando su dolor por no haber preferido el
celibato al matrimonio. Conviene que se conduzcan de manera que sus hijas,
aburridas de la vida a que las sujetan sus padres, piensen en hacerse religiosas. |
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2° Los nuestros
conversarân familiarmente con los hijos, si les parecen ütiles a nuestra
Compania; los introducirân a propôsito en el colegio mostrândoles |
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cuanto pueda agradarles, de cualquier modo que sea, para
incitarles quedarse; sobre todo, se les llevarâ a los jardines, vinas, y
casas de campo y haciendas a las que van los nuestros a divertirse; se les
hablarâ de los viajes que hacemos a diversos reinos, de las relaciones que
tenemos con los principes y de cuanto pueda regocijar a la juventud. Debe
llamarse su atencion sobre la limpieza del refectorio y de las habitaciones,
sobre las agradables conversaciones que los nuestros tienen entre ellos, sobre
lo fâcil de nuestra régla, a la que, sin embargo, va unida la gloria de Dios,
y sobre la preeminencia de nuestra orden, superior a todas; y, por ûltimo,
las conversaciones serân alegres tanto como piadosas. |
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3° Se les exhortarâ
como por revelaciôn a la religion en general, insinuândoles diestramente la
perfeccion y la comodidad de nuestro instituto, a todos superior. En las
exhortaciones pûblicas y en las conversaciones privadas se les dira cuân
grande es el periodo de los que se revelan contra la vocacion divina, y por
ûltimo, se les comprometerâ a hacer ejercicios espirituales para que se
decidan acerca del estado de vida que quieran escoger. |
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4° Los nuestros harân
que los jovenes tengan preceptores ligados a la Sociedad, que los vigilen y
los exhorten. Pero si se resisten, habrâ que privarles de diversas cosas para
que la vida les disguste; su madré les mostrarâ los inconvenientes de la
familia; por ûltimo, si no se les puede hacer entrar de buen grado en nuestra
Sociedad, se les enviarâ a colegios lejanos so pretexto de estudiar, cuidando
que sus madrés no les halaguen, lo que harân los nuestros adulândolos para
ganar su afecto. |
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CAPITULO
IX |
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Del aumento de las rentas
de los Colegios |
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1° En tanto que sea
posible no debe admitirse a hacer el ûltimo voto a quien espera su herencia,
a menos que no tenga ya un hermano mâs joven que él en la Sociedad, o por
otras razones graves. Sobre todo, hay que trabajar en el acrecentamiento de
la Sociedad, conforme a los fines conocidos por los superiores, que deben
estar de acuerdo en que, a la mayor gloria de Dios, la iglesia recobre su
primitivo brillo, de suerte que no haya mâs que un solo espiritu en todo el
clero. Por esto es preciso repetir y publicar con frecuencia que la sociedad
se compone en parte de profesos tan pobres que carecerian de todo sin las
liberalidades cotidianas de los fieles, y en parte de otros padres, pobres
también que poseen bienes inmuebles para no estar a expensas del pueblo
mientras desempenan sus funciones como los otros mendicantes. Los confesores
de principes grandes, viudas y otros personajes, de quienes nuestra Compania,
pueda espera mucho, harân saber a éstos seriamente que ya que les dan las
cosas espirituales y eternas deben dar un cambio las terrestres y temporales;
y cuando les ofrezcan algo, no desperdiciarân la ocasiôn de tomarlo. Si les
han hecho promesas y tardan en cumplirlas, hay que recordarlas con prudencia,
disimulando cuanto se pueda el deseo de ser rico. Si algûn confesor de los
grandes o de otros no parece bastante diestro para practicar todo esto, debe
quitârsele el empleo en tiempo oportuno, poniendo otro en su lugar; y si
fuera necesario, para dar amplia satisfacciôn a los penitentes, se le
relegarâ a los colegios lejanos, diciendo que la Sociedad necesita su persona
y talento en aquellos sitios. Hacemos estas advertencias porque hemos sabido
que no hace mucho tiempo que viudas jovenes, al morir, no habian legado a
nuestra iglesia |
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muebles preciosos por la negligencia de los nuestros, que no
les aceptaron tiempo. Para aceptar cosas semejantes todos los tiempos son
buenos si no es mala voluntad del penitente. |
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2° Debe emplearse
variedad de industrias para atraerse a los prelados, canônigos y pastores y
otros eclesiâsticos ricos a la prâctica y servicios espirituales, y
paulatinamente, por medio de la afecciôn que tienen a las cosas espirituales,
conquistarlos para la Sociedad y prever después su liberalidad. |
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3° Los confesores no
descuidarân el preguntar a sus penitentes en tiempo oportuno su nombre,
familia, parientes, amigos y bienes de fortuna; y después se informarén de su
estado, sucesores y propésitos; y si todavîa no han tomado resoluciôn
definitiva, convendrâ influir en que la que tomen sea favorable a la
Sociedad. Si se empieza por esperar algûn provecho, que todo no se debe pedir
a un tiempo, se les ordenarâ, sea para descargar su conciencia, sea titulo de
ejercicio de penitencia, que se confiesen todas las semanas, y el confesor
les preguntarâ buenamente hasta saber lo que no pudo en sola vez. Si esto da
resultado, y se trata de una mujer, hay que inducirla por todos los medios a
confesarse e ir a la iglesia con frecuencia; y si es hombre, a frecuentar la
Companîa y familiarizarse con los nuestros. |
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4° Lo que se ha dicho
sobre las viudas debe hacerse con los mercaderes, con los ricos casados y sin
hijos, a quienes la Sociedad queda heredera, si con prudencia se emplean las
prâcticas indicadas. Sobre todo deben observarse con los devotos ricos a quienes
los nuestros frecuentan, aunque el vulgo murmure, si no son personas de
calidad. |
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5° Los rectores de
los colegios tratarân de conocer las casas, jardines, haciendas, vihas,
aldeas y otros bienes poseîdos por la principal nobleza, por los mercaderes y
otras personas; y, si es posible, averiguarân los intereses y réditos que
paguen. Esto se harâ con astucia, pero con eficacia, en la confesién
particularmente y en conversaciones privadas. Cuando un confesor encuentre un
penitente rico, advertirâ primera al rector y deberâ conservarle por todos
los medios posibles. |
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6° Todo el negocio
consiste en que nuestra gente sepa ganar la benevolencia de sus penitentes y
de aquellos con quienes conversan, acomodândose a la inclinaciôn de cada
cual. Para esto los provinciales enviarân a muchos de los nuestros a los
lugares habitados por ricos y nobles; a fin de que los provinciales puedan
hacerlo con prudencia y felizmente, los rectores cuidarân de informarles de
la cosecha que pueden coger. |
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7° Para saber si
podrén atraerse los contratos y las posesiones que los ninos tengan, al
recibirlos en los colegios se informarén diestramente, procurando descubrir
si cederan algunos de sus bienes al colegio, sea por contrato, alquilândolos,
o de otra manera o si al cabo de cierto tiempo pertenecerén a la Sociedad.
Para lograr este fin, se harâ conocer principalmente a los grandes y a los
ricos las necesidades de la Sociedad y las deudas que sobre ella pesan. |
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8° Si los viudos, o
las viudas ricas, adeptos a la Companîa, tienen hijas y no hijos, los
nuestros los predispondrân suavemente a elegir la vida devota o religiosa,
para que, dejândoles algûn dote, el resto de sus bienes pase poco a poco a la
Sociedad. Si tienen hijos, convenientes para la Companîa, los |
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atraerân, y a los que no lo sean se les inducirâ a entrar en
otras religiones, permitiéndoles algo; pero si no tiene mâs que un hijo, se
le atraerâ a |
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cualquier precio,
librândole del temor de sus parientes, inculcândole la vocaciôn de
Jesucristo, y mostrândole que harâ un sacrificio agradable a Dios, si, a
pesar de su padre y de su madré, huye de ellos para entrar en la Sociedad. Si
esto se logra, se le mandarâ a un noviciado lejano, después de advertir al
general. Si tiene hijas, las dispondrâ de antemano a la vida devota y se hara
entrar a los hijos en la Compania, y con ellos sus herencias. |
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9° Los superiores
advertirân eficazmente, aunque con suavidad, a los confesores de esas gentes,
viudas o casadas, a fin de que sirvan ûltimamente a la Sociedad, segün sus
instrucciones. si no lo hacen, se les reemplazarâ con otros, mandândolos
lejos, a fin de que no tengan mâs relaciones con la familia que confesaron. |
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10° A las viudas y
otras personas devotas que aspiran con ardor a la perfecciôn, hay que
inducirlas a ceder todos sus bienes a la Sociedad, que les pagarâ por ellos
una renta perpétua, con lo que podrân servir a Dios, mâs libremente, y
alcanzar la perfecciôn suprema sin los cuidados ni inquiétudes que les causa
la administracién de su hacienda. |
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11° Para persuadir
mâs eficazmente al mundo de la pobreza de la Sociedad, los superiores tomarân
dinero prestado a las personas ricas que no son adictas, firmando billetes
cuyo pago podrâ retardarse. Después, sobre todo si se ve atacado de una
enfermedad grave, se visitarâ con frecuencia al prestamista y se emplearâ
toda suerte de razonamientos para comprometerle a que devuelva el billete,
porque asi no se mencionarâ a los nuestros en el testamento, y ganaremos sin
que nos odien sus herederos. |
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12° También serâ
conveniente tomar dinero prestado a interés anual, y colocarlo en otra parte
a mayor rédito, compensando, asi con usura el que se paga, pudiendo también
suceder que los amigos que nos presten dinero nos tengan lâstima, y no nos
cobren interés, ya declarândolo en testamento, ya cual donaciôn entre vivos,
al ver que lo empleamos en fundar colegios y construir iglesias. |
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13° También podrâ la
Compania negociar con provecho, sirviéndose de la firma de comerciantes ricos
que le sean adeptos; pero en este caso habrâ que asegurar un lucro cierto y
copioso, aunque sea en las Indias, que hasta ahora, con la ayuda de Dios, no
solo han producido aimas para la fe, sino también grandes riquezas para la
Sociedad. |
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14° Los nuestros
deben procurarse un médico fiel a la Compania, donde quiera que residan, a
quien recomendarân a los enfermes, presentândole como superior a todos los
otros, a fin de que él a su turno recomiende a los nuestros, colocândolos muy
por encima de los religiosos de las otras ôrdenes y haciendo de modo que
seamos los llamados por las personas principales cuando estén enfermas, y
sobre todo moribundas. |
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15° Los confesores
visitarân a los enfermos asiduamente, sobre todo cuando estén en peligro; y
para eliminar a los otros eclesiâsticos, los superiores harân que cuando un
confesor tenga que separarse del enfermo, otro le reemplace a fin de
conservarle en buenas intenciones. Aunque con prudencia, hay que infundirle
miedo al infierno, o cuando menos al purgatorio, haciéndole présente que, asi
como el agua apaga el fuego, la |
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limosna apaga el pecado, y que no se puede emplear mejor la
limosna qu en alimenter y vestir a las personas que, por su vocaciôn, estân
consagradas a alcanzar la salvaciôn del prôjimo, y que asi enfermo tendra
parte en sus méritos y encontrarâ satisfacciôn para sus propios pecados,
porque la caridad limpia de muchos de éstos. También puede pintârseles la
caridad como el vestido nupcial, sin el que nadie podrâ sentarse a la mesa
del paraiso. En fin, deberâ alegar los pasajes de la Escritura y de los Santos
Padres que, teniendo en cuenta la capacidad y hâbitos del enfermo, sean mâs
eficaces para conmoverle. |
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16° A las mujeres que
se quejan de los vicios de sus maridos y de los disgustos que les causan, les
ensenarân que pueden secretamente tornades algùn dinero para expiar los
pecados de sus maridos y obtener su salvaciôn. |
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CAPITULO
X |
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Del rigor particular de
la disciplina en la Sociedad |
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1° Debe expulsarse,
bajo un pretexto cualquiera, por enemigo de la Sociedad sin tener en cuenta
condiciôn ni edad, al que aparté a los devotos y devotas de nuestra Iglesias,
o del trato con los nuestros o que a las limosnas les haga tomar el camino de
otras iglesias y de otros religiosos, o que haya disuadido a algùn hombre
opulento, bien dispuesto a favorecer a la Sociedad, de que no la ayude. Lo
mismo debe hacerse con el que, al disponer de sus bienes, manifieste mâs
afecto a sus parientes que a la Sociedad, porque esto prueba que su espiritu
no estâ mortificado, y es preciso que los profesos lo estén por completo.
También serâ expulsado el que dé a sus parientes pobres las limosnas de los
penitentes o de los amigos de la Sociedad. Para que no se quejen de la causa
de su expulsion no se les despedirâ en seguida; primera se les mortificarâ y
fatigarâ haciéndoles desempenar las faenas mâs viles; se les obligarâ ademâs,
cada dia a hacer las cosas que les causen mâs repugnancia. Se le apartarâ de
los estudios elevados y de los cargos honrosos; se les reprenderâ en los
capltulos y en censuras pùblicas; se les excluirâ de las diversiones y del
trato con extranos, se suprimirâ en sus vestidos y en cuanto usen todo lo que
no sea absolutamente necesario, hasta que se aburran, murmuren y se
impacienten; entonces se le despedirâ como a gente poca sufrida y que puede
ser perniciosa a los otros por su mal ejemplo. Si hay que dar cuenta a los
parientes y a los prelados de la iglesia del porqué se les ha expulsado se
dirâ que hubo medio de inculcarles el espiritu de la Sociedad. |
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2° También se deberâ
expulsar a los que tengan escrùpulo de adquirir bienes para la Sociedad y que
sean demasiado adictos a su propio criterio. Si éstos quieren explicar su
acciôn ante los provinciales, no se les debe escuchar, sino recordarles la
régla, que a todos obliga a obedecer ciegamente. |
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3° Hay que considerar
desde el principio quiénes son los que sienten mayor afecto por la Sociedad,
y en los que se vea que lo tienen por otras ôrdenes religiosas o por los
pobres o por sus parientes, se les considerarâ inutiles, y se les prepararâ
lentamente para expulsarlos del modo dicho. |
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CAPITULO
XI |
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Como se conducirân los
nuestros de comûn acuerdo con los expulsados de la Sociedad |
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1° Como los expulsados sabrân algunos de nuestros secretos,
podrâr. perjudicar a la Compania y habrâ que contrarrestarlos del siguiente
modo: antes de expulsarles se les obligarâ a prometer por escrito y jurar que
no dirân ni escribirân nunca nada perjudicial a la Compania. Los superiores
conservarân escritas por los mismos culpables sus malas inclinaciones, sus
defectos y vicios, confesados en descargo de su conciencia, segûn la
costumbre de la Sociedad y de los que en caso de necesidad los superiores se
servirân revelândolos a los grandes y a los prelados para que no los
asciendan. |
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2° A todos los
colegios deberâ escribirse inmediatamente, anunciândoles las expulsiones,
exagerando las razones que las han motivado, particularmente la insumisiôn de
su espiritu, la desobediencia, la terquedad, etc., previendo a todos los
otros que no tengan relaciones con ellos; y si hablan de ellos con extranos,
que todos estén de acuerdo diciendo en todas partes que la Sociedad no
expulsa a nadie sin razones poderosas; que cual la mar, arroja los cadâveres,
insinuando las causas que los hacen odiosos, para que su expulsion parezca
plausible. |
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3° En las
exhortaciones domésticas tratarân de convencer a todos de que los expulsados
son gente inquiéta que quisiera volver a la Sociedad, exagerando los
infortunios de los que perecieron miserablemente por haber salido de la
Sociedad. |
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4° También habrâ que
anticiparse a las acusaciones que puedan hacernos los expulsados, sirviéndose
de la autoridad de personas graves, que digan que la Sociedad no expulsa a
nadie si las causas no son gravisimas, que no rechaza a miembros sanos, lo
que puede probarse por el celo con que procura la salvaciôn de las amas de
los que no son miembros de ella, y que por lo mismo mâs se preocuparâ de la
salvaciôn de los suyos. |
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5° Después la
Sociedad debe prévenir y obligar por todos los medios a los grandes y
prelados con quienes los expulsados adquieran autoridad o crédito,
haciéndoles comprender que el bien de una orden tan célébré, como ûtil a la
iglesia, debe merecerles mâs consideraciôn que un simple individuo, sea el
que fuere. Si todavia conservan algûn afecto por el expulsado, se les pedirân
las razones que motivaron su expulsion, exagerândolas, aunque que sea
ciertas, con tal de obtener los resultados. |
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6° De todos modos
habrâ que impedir que los que por su voluntad se salen de la Sociedad no
adelanten en cargos ni dignidades en la iglesia a menos que se sometan y den
cuanto tengan a la Sociedad y que todo el mundo sepa que ellos mismos han
querido volver a ella. |
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7° Debe procurarse
desde luego que no adquieran cargos importantes en la iglesia, como son las
facultades de predicar, de confesar, de publicar libros, etc., para evitar
que se atraigan la simpatia y el aplauso del pueblo. Para esto, hay que
investigar manosamente su vida y costumbres, las companias que frecuenta, sus
ocupaciones, etc., y descubrir sus intenciones con alguno de la familia con
quien vivan después de ser expulsados. Cuando se descubra algo indigno y
censurable en su conducta, deberâ publicarse por medio de gentes de mejor
categoria, para que llegue a oidos de los grandes y prelados favorecedores de
los expulsados, a fin de que éstos los repudien, temerosos de que su infamia
recaiga sobre ellos. Si no hacen nada censurable, y antes bien se conducen
honradamente, habrâ que atenuar con sutilezas y palabras ambiguas las
virtudes y acciones suyas que son |
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alabadas, para menguar, hasta donde se pueda, el efecto y la
confianza qu inspirer). Porque importa mucho a la Sociedad que los que
expulsa, y sobre todo los que voluntariamente la abandonan, sea del todo
suprimidos. |
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8° Hay que divulgar
sin descanso los siniestros accidentes que les sucedan, sin por eso dejar de
implorar para ellos las plegarias de los devotos, para que no se créa que los
nuestros obran apasionadamente; pero en nuestras casas hay que exagerar mucho
las desgracias de los que nos abandonan, para retener a los otros. |
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CAPITULO
XII |
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A quienes debe
conservarse en la Sociedad |
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1° Los buenos
trabajadores deben ocupar el mejor puesto y éstos son: los que aumentan el
bien temporal como el espiritual de a Sociedad, y casi siempre son los
confesores de principes, de grandes, de viudas, devotos ricos, predicadores y
confesores, y sabedores de estos secretos. |
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2° A los que falto de
fuerza y por la vejez abrumados hubieran empleado su talento en pro de los
bienes temporales de la Sociedad, se les tendra en consideraciôn por las
pasadas cosechas, y porque aûn son aptos para denunciar a los superiores los
defectos que observen a los nuestros, pues siempre estân en casa, y no se les
debe expulsar en cuanto sea posible para que la Sociedad no adquiera por su
abandono mala reputaciôn. |
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3° Ademâs deberâ
favorecerse a los que sobresalgan por el talento, por la nobleza y las
riquezas sobre todo si tienen parientes y amigos adeptos a la Sociedad,
poderosos y si ellos mismos muestran por ella sincera afeccion. A esos hay
que mandarlos a Roma a las mâs célébrés universidades a estudiar; y si
hubieron hecho sus estudios en alguna provincia, es necesario que los
profesores los impulsen con afecto y favor particulares. Hasta que cedan a la
Sociedad sus bienes no se les debe castigar; pero cuando lo hagan, se les
mortificarâ como a los otros, aunque con mâs consideracion. |
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4° Los superiores
tendrân también consideraciones especiales con los que traigan a la Sociedad
algunos jôvenes escogidos, puesto que asi manifiestan su aficiôn por ella; y
mientras éstos no profesen, hay que tener con ellos mucha indulgencia, no sea
que aquéllos se los lleven. |
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CAPITULO
XII |
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De la elecciôn que debe
hacerse de los jôvenes para admitirlos en la sociedad, y del modo de
entrenarlos en ella |
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1° Hay que trabajar con
mucha cautela en la elecciôn de los jôvenes de talento, hermosos, nobles o
que sobresalgan. |
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2° Para atraerlos mâs
fâcilmente, es preciso que muestren particular afecto y fuera de clase les
hagan comprender cuân agradable es a Dios que se consagren a él con cuanto
posean y particularmente en la Compania de su hijo. |
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3° Cuando la ocasiôn
sea propicia, se les pasearâ por el colegio, por el jardin, y algunas veces
por la casa de campo mezclândolos con los nuestros, para que insensiblemente
se vayan familiarizando con ellos, |
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cuidando, no obstante, de
que la familiaridad no dégénéré en desprecio. |
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4° Estarâ prohibido a
los nuestros castigarlos, ni hacerles seguir la misma disciplina que a los
demâs discipulos. |
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5° Hay que halagarlos
con varios regalitos, y con privilégies, conforme a su edad, y animarles en
conversaciones espirituales. |
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6° Se les debe hacer
comprender, que solo por gracia manifiesta de la Providencia, ellos son los
escogidos entre cuantos frecuentan el colegio. |
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7° En otras
ocasiones, sobre todo en las exhortaciones, se les debe espantar,
amenazândoles con la eterna condenacion si no obedecen a la vocacion divina. |
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8° Si piden con
instancia entrar en la sociedad, se diferirâ la admisiôn mientras se les vea
constantes; pero si parecen cavilar, hay que inducirles a que entren pronto. |
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9° Hay que
advertirles eficazmente que no descubran su voluntad a ninguno de sus amigos,
ni siquiera a sus padres, antes de que sean admitidos; porque si les viene
alguna tentaciôn de desdecirse, la Sociedad y ellos estarân en estado de
hacer lo que les plazca; y si no se logra pasar por encima de la tentaciôn,
se tendra siempre ocasiôn para animarles recordândoles lo que se les dijo
durante el noviciado, o después de los votos. |
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10° Siendo la mayor
dificultad el atraer a los hijos de los grandes, de los nobles, y de
senadores mientras vivan con los parientes, si los educan con el propôsito de
que les sucedan en sus empleos, habrâ que persuadir a los parientes, por
medio de amigos de la Sociedad, que los envien a otras provincias y
universidades lejanas, donde nuestros maestros ensenen, después de mandarles
instrucciones tocante a su calidad y condiciôn, a fin de que ganen su afecto
hacia la Sociedad con mâs facilidad. |
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11° Cuanto tengan mâs
edad habrâ que inducirles a que hagan ejercicios espirituales, de los que se
obtiene éxito, sobre todo con alemanes y polacos. |
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12° Habrâ que
consolarles en sus aflicciones, segùn la calidad y condiciôn de cada uno,
empleando reprimendas t exhortaciones sobre el mal uso de las riquezas, y
aconsejândoles que no desprecien la facilidad de una vocacion, so pena de ir
al infierno. |
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13° Afin de que
condesciendan mâs fâcilmente a los deseos de sus hijos de entrar en la
Sociedad, se mostrarâ a los padres las excelencias del instituto, comparado a
las otras ôrdenes; la santidad y sabiduria de nuestros padres, su reputaciôn
en el mundo, el honor y aplauso universal que obtienen de grandes y
pequefios. Se les dirâ cuântos principes ya grandes, con mucha satisfaccidn
propia, han vivido en la Compania de Jesûs, los que en ella han muerto y los
que aûn viven, se les mostrarâ cuân agradable es a Dios que los jôvenes se
consagren a él, sobre todo en la Compania de su Hijo, y cuân bueno es el
haber llevado un hombre al yugo del Senor en su juventud. Si encuentran
alguna dificultad en sus pocos ahos, se les mostrarâ la suavidad de nuestro
instituto, que nada tiene de enfadoso excepto los très votos, y, cosa
notable, que no hay ninguna régla que obligue so pena de pecado venial. |
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CAPITULO
XIV |
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De los casos reservados
y de las causas porque se debe expulsar a los miembros de la Sociedad |
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1° Ademâs de los
casos expuestos en las constituciones, y de los cuales el superior solo, o el
confesor ordinario con su permiso, podrâ absolver hay la sodomia, la
holgazanen'a, la fornicaciôn, el adulterio, los tocamientos impûdicos de un
varon con una hembra y, sobre todo, el que alguno, bajo cualquier pretexto,
por celo o de otro modo, haga algo grave contra la Sociedad, su honor o su
provecho: estas son causas justas de expulsion. |
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2° Si alguien déclara
en confesiôn algo semejante, no se le deberâ dar la absoluciôn antes de que
prometa revelarlo al superior fuera de la confesiôn, por si mismo o por su
confesor. Enfonces el superior harâ lo que mejor le parezca en interés de la
Sociedad. Si se tiene alguna esperanza de poder cubrir el crimen, habrâ que
imponer al culpable la penitencia conveniente; de otro modo se despedirâ. Sin
embargo, que el confesor se guarde de decir a un penitente que estâ en
peligro de ser expulsado. |
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3° Si alguno de
nuestros confesores ha oido decir a persona extrana que hizo algo vergonzoso
con alguno de los nuestros, que le absuelva antes de que le haya dicho fuera
de la confesiôn el nombre del otro pecador. Si lo déclara, se le harâ jurar
que no lo revelarâ sin consentimiento especial. |
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4° Si dos de los
nuestros pecan casualmente, al que confiese primero se le retendrâ en la
Sociedad, y el otro serâ expulsado; pero al que se quede se mortificarâ y
maltratarâ, hasta que, aburrido, e impaciente, dé pretexto a que se le eche. |
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5° Siendo la
Compani'a en la iglesia un cuerpo noble y excelente, podrâ separar de si a
los que no le parezcan propios para el servicio de su instituto, a pesar que
estuviera al principio satisfecha de ellos, y se hallarâ con facilidad
ocasiôn para echarlo si se les maltrata constantemente y se hace todo contra
su inclinaciôn, sometiéndoles a superiores severos que los alejen de los
estudios y funciones mâs honorificas hasta que se disgusten. |
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6° De ninguna manera
debe conservarse a los que abiertamente hablen contra los superiores, o que
de éstos se quejen pûblica o secretamente a los companeros, y a los extranos
sobre todo, ni tampoco a los que entre los nuestros o los extranos condenen
la conducta de la Sociedad en lo se refiere a la adquisiciôn o conservaciôn o
administracién de los bienes temporales, o a su modo de obrar; como, por
ejemplo, el deprimir u oprimir a los que no la quieren bien, o que ella
arrojo de su seno; tampoco conservarâ a los que no sufran porque en su
presencia se defienda a los venecianos, a los franceses, u otros de los que
han expulsado de pais la Compania, o le han inferido perjuicios. |
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7° Antes de expulsar
a cualquiera debe maltratârsele, apartândole de las funciones a que estâ
acostumbrado, y haciéndole ocuparse en las cosas diversas. Aunque las haga
bien, hay que censurarle, y bajo este pretexto aplicarle a otras. Por la mâs
pequeha falta se le impondrân rudos castigos, avergonzândole en pûblico,
hasta que se impaciente; y se expulsarâ por perjudicial en la ocasiôn en que
él lo esperaba menos. |
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8° Si alguno de los
nuestros tiene seguridad de obtener un obispado u otra dignidad eclesiâstica,
ademâs de los votos ordinarios se le obligarâ a que |
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haga otro, consistante en que tendra siempre buenos
sentimientos para Sociedad, que hablarâ bien de ella, que sera jesui'ta su
confesor, y que no harâ importante sino después de oir la opinion de la
Sociedad. |
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CAPITULO
XV |
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Cômo hay que conducirse
con las devotas y las religiosas |
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1° Confesores y
predicadores se guardan de ofender a las religiosas y de tentarlas contra su
vocacion, antes bien ganarân el afecto de las superioras, y harân lo posible
para recibir sus confesiones extraordinarias y les dirân sermones, si esperan
recibir muestras de su reconocimiento; porque las abadesas, principalmente
las ricas y lasa nobles, pueden servir de mucho a la Sociedad por si mismas y
por medio de sus parientes y amigos; asi es como, introduciéndole en lo
monasterios, la Sociedad puede obtener la amistad de los habitantes de la
ciudad. |
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2° No obstante,
convendrâ prohibir a nuestras devotas que frecuenten lo conventos de mujeres,
por si acaso aquel género de vida les agradare, y la Sociedad se viera
frustrada en su esperanza de heredar sus bienes. Debe instârsele a que hagan
voto de castidad y de obediencia en manos de sus confesores, mostrândoles que
este método de vida esta muy conforme con las costumbres de la iglesia
primitiva, puesto que asi brilla la mujer en la casa en lugar de estar oculta
en el claustro, dejando a oscuras las aimas; ademâs que a ejemplo de las
viudas del Evangelio, harân bien a Jesüs haciéndolo a sus companeros. En fin,
deberân décidés cuanto puede decirse contra la vida claustral; se darân estas
instrucciones en secreto, no sea que lleguen a oidos de las monjas. |
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CAPITULO
XVI |
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De la manera de profesar
el desprecio de las Riquezas |
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1° Para que los
clérigos seculares no puedan atribuirnos pasiôn por las riquezas, convendrâ
rehusar algunas veces limosna de poca importancia, ofrecidas cuan recompensa
de servicios prestados por la Sociedad aunque se acepten otras menores, para
que no se nos acuse de avaricia si solo recibimos las mâs considérables. |
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2° A las personas
oscuras se les negarâ sepultura en nuestras iglesias, aunque hubieran sido
muy partidarias de la Sociedad, para que no se créa que buscamos las riquezas
de la multitud de los muertos, y que no vean los beneficios que obtenemos. |
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3° Con las viudas y
otras personas que hayan dado sus bienes se procederâ resueltamente, y en
igualdad de circunstancias, mâs rigurosamente que con los otros, por temor de
que no parezca que por consideraciôn de los bienes temporales, favorecemos a
unos mas que a otros. Con los que estân dentro de la Sociedad debe precederse
del mismo modo después de que nos hayan entregado sus bienes; en este caso se
les expulsarâ de la Sociedad con mucha discreciôn, a fin de que dejen en
nuestras manos parte de lo que tienen, o nos lo dejen por testamento. |
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CAPITULO XVII |
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De los medios de hacer
prosperar la Sociedad |
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1° Que todos traten
principalmente, hasta en lo que parezca insignificante, de mostrar los mismos
sentimientos, o al menos que lo aparenten, porque de este modo, a pesar de
las turbulencias que agitan el mundo, la Sociedad aumentarâ y se consolidarâ. |
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2° Todos deben
esforzarse en brillar por su saber y por su buen ejemplo, hasta sobrepujar a
los otros religiosos, y especialmente a los pastores, etc., para que el vulgo
prefiera que los nuestros lo hagan todo. Hasta en püblico debe decirse que no
se necesita que los pârrocos sepan tanto, con tal que cumplan bien deberes,
porque pueden aprovechar los consejos de la Sociedad, que, a causa de esto,
debe sobresalir en los estudios. |
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3° Hay que hacer que
a reyes y principes agrade esta doctrina, convenciéndoles de que la fe
catôlica no puede subsistir sin polîtica en el présente estado de cosas; mas
para esto hay que procéder con discrecion. Asî los nuestros serân agradables
a los grandes y oîdos en los consejos mâs secretos. |
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4° Se conservarâ su
benevolencia escribiéndoles, de todas partes, noticias escogidas y seguras. |
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5° No sera pequena la
ventaja que se obtendrâ alimentando secretamente y con prudencia las
discordias de los grandes, aunque arruinando el poder de las partes
contendientes. Si se notan probabilidades de reconciliacion, la Sociedad
tratarâ de ser la primera en ponerlos de acuerdo, por temor de que otros se
nos anticipen. |
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6° Habrâ que
persuadir por cualquier medio a los grandes, y al vulgo principalmente, de
que la Compania se ha establecido por una providencia distinta, particular,
conforme a las profecias del abad Joaquin, a fin de que la iglesia se levante
de la humillaciôn que le hacen sufrir los herejes. |
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7° Después de poner
nuestra parte el favor de los grandes y obispos habrâ que apoderarse de los
curatos y las canonjîas para reforzar mâs eficazmente el clero, que vivîa en
otros tiempos bajo cierta régla con sus obispos, y tendîa a la perfeccion. En
fin, serâ preciso aspirar a las abadîas y a las prelaturas, cuando estén
vacantes, lo que serâ fâcil de obtener considerada la holgazanerîa y
estupidez de los frailes. La iglesia ganaria mucho en que los obispados
fuesen regidos por jesuitas, y lo mismo la Sede Apostôlica, sobre todo si el
papa se hiciese principe temporal de todos los bienes por lo que
paulatinamente, y con prudencia y recelo, hay que extender lo temporal de la
Sociedad, y no ha duda de que, cuando esto suceda, se alcanzarâ el siglo de
oro, y gozaremos entonces paz perpétua y universal, y, por consiguiente, la
bendiciôn divina acompanarâ a la iglesia. |
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8° Si no se puede
llegar a tanto, puesto que necesariamente ocurrirân escândalos, habrâ que
cambiar de polîtica segûn los tiempos, y excitar a todos los principes amigos
nuestros a hacerse mutuamente guerras terribles, a fin de que, implorando por
todas partes el socorro de la Sociedad ésta pueda emplearse en la
reconciliacion pûblica, conducta que no dejarân los principes de recompensar
con los principales beneficios y dignidades. |
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9° En fin, la
Sociedad, después de obtener el favor y la autoridad de los principes, harâ
por ser al menos temida de los que la quieren mal. |
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INSTRUCCION
POLITICA |
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..... se la régla que
poh'tica a les padres jesuitas en su tercera profesiôn, "para valerse en
el mundo con los seglares, valor con todos y no desfallecer jamâs"-
Instrucciôn que solo se dan a los mas astutos y sagaces. |
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(esta copiada al pie
de la letra de un manucristo del padre Cazorla, de la Compahia de Jésus, que
existe en la Biblioteca Nacional de Madrid.) |
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PREFACIO |
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Avisos discrètes a
los mâs entendidos nuestros, para ser retenidos y reverenciados en todos los
reinos, provincias, repûblicas, ciudades, villas, lugares; estilo breve y
cifra conteniente llena de consejos eficaces para vivir en union; forma
politica y grave; los cuales siguiendo la virtud y verdadero vivir, quieren
conservarse y vivir poderosos y vâlidos. |
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Cap. I.-Para el fin que pretendemos, hermanos, es conveniente y aun
forzoso proporcionar los medios mâs ûtiles que conducen a este fin, escoger
los mâs eficaces para libertarnos de los escollos tempestuosos del estrecho
mar de este mundo variable y lleno de mudanzas, escarmentar en cabeza ajena,
porque el descuido y falta de prevencion no nos estorbe a conseguir lo que
deseamos. |
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Cap. Il.-Conviene a saber en primer lugar quiénes son los reyes y
senores que gobiernan y mandan; quiénes son los poderosos y ricos; que
inclinaciones tiene cada uno; en que se ocupa o entretiene de ordinario; qué
opinion tiene en el reino o en la ciudad donde vive, en que género o especie
tiene su hacienda, dénde o cômo asentadas sus rentas y con quien trata o
comunica. |
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Cap. Ill.-Conocida la persona superior, se sigue saber los que por
oficios les siguen y mâs inmediatos; quiénes son sus reyes, sus consejeros,
gobernadores, asistentes, y los mâs ministros, e inquirir sus ocupaciones de
éstos; enterarse de lo que cada uno puede hacer de su autoridad sin
dependencia de su rey o senor, porque el prudente a su tiempo puede valerse
de todos en lo que estuviese bien. |
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Cap. IV.-Saber los mâs cercanos, y amigos y parientes del rey o
superiores, y saber el uno mâs cercano y mâs vâlido: acerca de éste no hay
que inquirir la inclinaciôn, pues aunque sea contra su voluntad, y forzado de
ser inclinado a lo que fuere el rey. |
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Cap. V.-Sabidas las inclinaciones del senor y vasallos, necesitamos
de gracia, ciencia y arte para granjearles la voluntad, y después de
granjeada, prudencia y sagacidad para conservarla y pasar adelante con buena
politica y reputaciôn para tener lo que deseamos para el bien comûn. |
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Cap. Vl.-Para alcanzar entrada con los reyes hemos de usar de medios
suaves, si no obraren fuertes, por medio de parientes o algûn gran senor
privado, o persona que tiene grande puesto que ésta es forzosa a nuestro
intento; y si no usando de humildad, buenos ejemplos, acariciando a todos los
que nos pueden valer para nuestras pretensiones que conviene asi. |
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Cap. VII.-En cualquier conversacion sécréta o politica en que se
hallaren nuestros hermanos, tengan singular cuidado de hablar siempre bien en
favor de los reyes, de sus privados y de todo gobernador, de alabar sus
intenciones y obras diciendo que es cosa sagrada, y que Dios cuida de
encaminarlos por camino mâs seguro al buen fin que tienen de la conservacién
de sus vasallos; eso aplicado a la materia que se trata y a los sujetos con
quien se habla. |
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Cap. Vlll.-Tengan
cuidado de aprender a hablar con los privados, ajustândonos a sus |
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condiciones,
ofreciéndonos a su gusto y voluntad; decir que esa es la nuestra hasta que
estén fundadas nuestras pretensiones, dar buenos consejos, ofrecer de
continuarlos con oraciones y devociones, traerles a la memoria alguna cosa
mémorable de la libertad, armas, virtudes o letras suyas, o de sus pasados,
que alegra a quien lo oye, facilita lo que se pide y granjea su amistad
grande. |
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Cap. IX.-Cuando se llega a hablar con los reyes, sea con singular
crianza, humildad y cortesia, confesando las obligaciones que en general
todos tienen de rogar a Dios por su vida y salud, y mâs que todos nosotros;
mostrando grandes agradecimientos por las mercedes recibidas, aunque no sean
tantas; decir que no queremos otro amparo ni otro bien después de Dios sino
el suyo. |
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Cap. X.-Si los reyes o superiores tienen mujer e hijos, procurar su
favor, e ir a pedir nos amparen para con ellos, diciendo son nuestros duenos
y nosotros sus capellanes; y es de gran importancia que mujeres y gente moza
se huelgan de que les pidan, y las mujeres de ser reconocidas, y los hijos de
que les reconozcan por senores trayéndoles a la memoria lo que han de ser, se
recrean y alientan y les tendremos gratos, y principalmente si les traen a la
memoria algùn ejemplo de libertad, ânimo y valor que les excite a lo mismo
que por aqui se facilita... |
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Cap. Xl.-Ganadas las voluntades de los reyes, principes, mujeres e
hijos, se ganan las de sus vasallos, que, como dicen: tal es el amo, tal es
el criado; vuelvo a decir, que sabidos reyes, parientes, privados, sus
inclinaciones, tratos y correspondencias en poco o mucho y muchisimo en pocas
palabras, y se sabe y le ensena la mayor parte de lo que deseamos. |
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Cap. XII.-Para obligar a un general o rey a favorecer a nuestras
pretensiones, hace mucho al caso la carta de rey o principe que no sea el
suyo; que cualquiera se honra de verse suplicado de senores soberanos, y mâs
si son parientes de su dueno; y cuando no sean sino iguales en oficio tienen
particular vanidad en que los rueguen, y se vencen a sus ruegos porque juzgar
que los habrân menester en otra ocasion; por esto se ha de procurar siempre
el favor de un principe para con otro: estos favores tienen gran calidad, que
se precian por sus intereses de hacer unos por otros, principalmente los
ministros por los grandes a quienes pueden haber menester. |
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Cap. XIII.-Conservar siempre la amistad de grandes senores poderosos,
hablar siempre con ellos como el prudente viere que conviene para tenerle
grato; que teniendo a éstos, tendremos a los demâs y éste es el camino de ir
siempre mejorando en nuestras pretensiones. |
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Cap. XIV.-Los que vayan a fundar, sean muy doctos, ejemplares,
devotos, procuren aventajarse a los demâs en dulzura para granjear la amistad
con los senores del lugar donde fueren a fundar, que éstos son los que han de
fomentar nuestros intereses. |
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Cap. XV.-Sean los nuestros muy benignos con las mujeres, hijos e
hijas de los que trataren, que granjeando a éstos con dulzura, habilidad y
algûn regalo, segûn nuestro posible, se granjean con grandes amistades, y se
les obliga a que frecuenten nuestras casas con amor de voluntad de padres e
hijos. |
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Cap. XVI.-Decir bien a los padres de sus hijos dândoles esperanzas
de que les ha de suceder bien felizmente, segûn la ocupacién de cada uno de
su género, con encarecimiento; a las mujeres alabarles sus maridos, que si
estân conforme, serâ hacerse duenos de sus corazones, a ellos alabarles la
virtud, bondad y cristiandad de sus mujeres, encarecerles el amor que ellas
les tienen; con esto se ganarâ el juego entrambos. |
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Cap. XVII.-Hacerles plâticas de amor de Dios con algunas autoridades de
Santos, diciendo que el amor de Dios vive en los casados y ellos en Dios que
los que van a |
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.undar, van con
cuidado de ensenar y ganar voluntades de los que vieren, porque el amot de
Dios no es ocioso ni sabe serlo, y as! engendra amor de las aimas; con estas
otras razones nos comprendemos entre maridos y mujeres; decir a los padres
que estân muy obligados a Dios por haberles hecho hijos y taies, de taies
padres; a los hijos por haberles dado tanto tiempo en que enmendan sus
faltas; a los mozos de muchas miserias en que podian, como otros, haber caido
y acabado con ellas. |
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Cap. XVIII.-Tomar con esto posesiôn, medir con régla y prudencia la forma
y manera conveniente para que persevere y se vaya aumentando la fâbrica y
sustento de los nuestros; y aunque sea con modestia los principios, no
importa, que después se irén extendiendo largamente y mâs si se observa tener
gratos a los principales. |
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Cap. XIX.-Los novicios que reciban, sean hijos de los mâs poderosos
y mâs nobles, y si puede ser, los herederos y primogénitos, por muchas
razones, que los padres se inclinarân donde estén los hijos, y a la casa,
porque los tiene; pues aunque al principio haya algûn desabrimiento, se
aplaca. |
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Cap. XX.-Recibido el novicio, dése parte al superior de la provincia
y al padre general una vez cada ano, para que sepa los que son en todo de
nuevo. |
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Cap. XXI.-Para que nuestro padre general sepa procurar lo que nos
conviene en todas las provincias de Europa y fuera de ella ha de tener
nuestra compania fiel correspondencia entre ella, ha de tener nuestra
compania fiel correspondencia entre si; avisando los unos a los otros todo lo
que pasa en todo el género de cosas asi nuestras como ajenas, en todos los
Estados, modos y maneras de los gobiernos, tratos, contratos, paces y guerras
de reinos, provincias y ciudades: lo que vale y estima cada cosa; las vias por
donde mâs fâcilmente se puede adquirir, intentar y alcanzar lo que nos
estorba a nuestros intentes y comodidad: con esto el curioso hermano pénétra
lo que conviene para conseguir nuestros fines, y mâs si los que gobiernan son
de los profesos y provectos, y guardan en todo con gran cuidado lo que aquî
se les ensena. |
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Cap. XXII.-Para excusar dentro de nuestros pechos novedades y
alteraciones que pueden nacer de comunicar con muchos el gobierno tenga el
superior dos confidentes que le avisen todo lo que pase en casa, sin que los
demâs entiendan por arte o parte; y el comunicar con éstos sea raras veces, y
sin que sepa el uno del otro; y regale y estime a los que tuviesen ese
cuidado hasta saber que desea; sin ruido, remediar lo que fuese necesario con
suavidad, quitando los miembros que causen malicia, y acudiendo con tiempo se
évita cualquier dano; y si fuere escandaloso, mâs vale con sano y maduro
consejo despedir de una vez que lidiar mucho tiempo con lo que no se debe
consentir segûn nuestra profesién. |
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Cap. XXIII.-Han de frecuentar los nuestros los sehores principales y de
respeto, dondequiera que estuviésemos; visitarles en sus casas con grandes
cortesias: visitar a sus mujeres e hijos ofreciendo a su servicio nuestros
deseos; ofrecerles la ensenanza de sus hijos con crianza, urbanidad y letras,
segûn el estado de cada uno; cuidar con sus aimas administrândoles los
Sacramentos con devocion, caridad y suavidad, sin mostrar interés alguno ni
recibir cosa de ninguna especie durante mucho tiempo. |
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Cap. XIV.-Los que salen a estos ministerios han de comunicar con al
cabeza cada semana una vez lo que han hecho en su procuracién y ocupaciôn,
con quién han comunicado y en qué cosas y casos han entrado; todo con grande
silencio, que es la llave de todo nuestro negocio: el traje, vestidura, cofre
y guarda a la seguridad de un hombre sabio, obliga por lo natural y por
justicia y amistad y por caridad, y asi se debe observar mucho en nuestra
compania escuchando lo que nos dicen y callando lo que sabemos. |
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Cap. XXV.- El que gobierna use de mucho creer lo que pareciere a él
conveniente, a lo menos conforme a sus intentos; escuche a sus confidentes,
si son hombres de bien; el |
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prudente cuando honra a todos en pûblico y se recela de cada
uno en particular; quien vive con muchos ha de hacer orejas de mercader, oir
tal vez lo que no quiere, disimular al vez lo que pesa, ignorar lo que
entiende, y preguntar lo que sabe, abonar lo intolérable; para avenirse con
muchos tenga el prudente escrito en el corazôn, y muy secreto, porque es gran
afrenta si no se guarda como se debe. |
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Cap. XXVI.-No han de comunicar los maestros, su son prudentes, sus cosas con
nadie, fuera de su casa, antes de procurar saber de todos, y que nadie sepa
de ellos, asi. |
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Cap. XXVII.-Para vivir, régir y gobernar sobre lo dicho, conviene
que estudien y sepan todos los medios y modos de pedir y alcanzar; todos se
ejecuten, sin perdonar ninguno, para poner nuestra obra en punto fijo e
inmévil. |
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Cap. XXVIII.-Todo prudente que gobierna ha de poner diligencia
astuta y sécréta entre nosotros en que se haya correspondencia en todo el
orbe de parte a parte entre nosotros, porque sepamos de todo lo que pasa en
particular y en general, y lo que nos pueda ser de dano y provecho en
cualquiera parte; y asi los padres provinciales, rectores y propositos han de
tener correspondencia en todos los reinos, y con su cabeza provincial o
general, que ha de estar siempre o lo mas del tiempo en Roma. |
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Cap. XXIX.-Nuestros hermanos que se aûnen y conformen en toda
suerte; que sus lecciones y persuasiones pertenecientes a ensenanza,
doctrina, negociaciones y solicitud sea una misma régla en todas partes del
mundo de levante al poniente; una misma régla de vestir, calzar y
recogimiento, gobierno y tratos en lo divino y humano, porque si
diferenciamos, sera principio de nuestra destruccién. |
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Cap. XXX.-Sépase en cada casa la gente grave y fundada que hay en
toda orden, que estas son las columnas de la casa de Jesùs, que es nuestra
Compania, y los que saben, pueden y valen y negocian, para que se obre en
todos unes a ejemplo de otros y hagan lo que nos importa. Conviene que se
echen en todas partes buenas raices, para que tengan refugio los hermanos de
los otros. |
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Cap. XXXI.-Téngase gran cuidado que se sepa en ;a comunidad las
cosas graves de ella; sépanlas solo los que las gobiernan y tratan del bien
comün: que no conviene que los particulares entiendan estas materias,a por lo
mucho que importa guardarse de todos. |
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Cap. XXXII.-Los padres graves tengan correspondencia fuera de su
natural con personas de cuenta, y cuando no pueda por ser por comunicacion
personal, ser por cartas, que es de grande importancia. |
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Cap. XXXIII.-En todas las conversaciones tengan los nuestros gran atenciôn
de decir a los seglares lo que nuestra Compania, bien ensenan, predican y
escriben, y encarecérselo mucho, aunque no sean tan eminentes, para que se
nos aficionen y crezca nuestra fama por todo el mundo. |
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Cap. XXXIV.-No solo se procure la amistad de senores y senoras, por medio de
sus amigos, de suerte que los que son suyos hagamos nuestros, sino también
por medio de los secretarios, que es camino por donde se puede saber mucho. |
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Cap. XXXV.-En toda casa haya un hombre hecho y bien recibido, y éste
tenga dos confidentes seglares, que no sepa el uno del otro, ni otro sepa que
éstos tratan en esto, con que sabra todo cuanto fuera de casa pasa. |
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Cap. XXXVI.- El que gobierna tenga cuatro o cinco confidentes en la misma
conformidad, que le avisen de todo lo que pasa en el lugar y en general y en
particular tenga una memoria de todas las calles, plazas, casas de senores,
senoras, consejeros, administradores, gobernadores y procuradores; y
procurare tener un confidente en cada calle, y éste le avise y dé memoria de
todos los principales que viven en ella, si son propias o alquiladas las
casas en que viven, sus oficios, ocupaciones, hacienda, calidad |
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.ugares de donde son
naturales; que sera muy gran cosa y mâs si en cada casa de seno: o senora
tienen un confidente que le avise lo que pasa y le ayude a su obra, aunque él
inste en regalarle, que no se puede excusar. |
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Cap. XXXVII.- En los lugares donde no tenemos casa importa tener un
confidente que nos avise que gente hay en ellos, qué tratos tienen, qué
oficios, qué haciendas, en qué nos pueden ser de provecho, en que manera se
podrâ valer el prudente de ellos en la ocasion que no es menos importante que
todos. |
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Cap. XXXVIII.-Procure el que gobierna tener entrada en todas las
casas principales por medio de su confidente, que harâ buen tercio con el
dueho de la casa; al principio entrar en cualquiera de ellas con mucha
sagacidad, astucia, y tiento, hablando y conversando segûn los capitulos
pasados disponen, atendiendo a la materia, tiempo ocasion en que se hallare,
disponiendo las dificultades con suavidad que eso y decir bien de todos, y
que los ama tiernamente, cautiva la voluntad y dispone para lo que queremos. |
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Cap. XXXIX.-Cuando hubiere disgusto de consideracion entre marido y
mujer o con criados, el hermano que tuviere entrada en aquella casa avise al
padre rector, como persona de mâs autoridad, para que los ponga en paz con
razones dulces y amorosas, que los obligarâ gravemente y si fuese en ocasion
un regalo de parte del superior, serâ tenerlos convencidos para lo que
quisiere; después alabe al uno al otro, y dé a entender que la pesadumbre se
sepa en parte alguna; si el hombre tiene la culpa, decirle la obligacién que
tienen los hombres principales de llevar con paciencia las cosas de las
senoras, que por su bondad merecen ser respetadas; si la tiene la mujer,
hablarle con gran suavidad y amor lo que las mujeres calificadas deben sufrir
y respetar a sus maridos, y asi serâ dueno de las voluntades de entreambos. |
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Cap. XL.-Tengan grande cuenta de tener gratos a los hijos de los
senores que visitan, que son pedazos de los corazones de los padres. |
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Cap. XLI.-Procurar conservar la amistad del criado que mâs mande en
casa de su senor o senora, que es de suma importancia y cuando se llegaré a
confesar cualquier criado o criada de la casa que frecuentamos, recibirlos
con singular benevolencia, persuadirlos a que aficionen sus amos a mâs
frecuentar, que vaya tomando aficién a la doctrina que ensenamos; que as! se
reducen los ânimos de todos a lo que deseamos; pues esto harâ el prudente lo
que juzgar que conviene a nuestra pretension. |
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Cap. XLII.- Después de conocido el sujeto y caudal de quien comunica, el
prudente puede comunicarle lo que importa que favorezca nuestra fâbrica, xii
la necesidad que tiene de ello el puesto en que estâ, diciéndole que aunque
vea otras religiones en él, no sirven como la nuestra, ni dan empleo, ni
saben, ni viven como ella, y otras cosas de esta traza, hasta que se
desaficionen de las demâs, pero con traza y que aparente y con esto, con
decir que sus antepasados u otros ilustres senores han favorecido semejantes
obras, que no han de ser ellos de menor valor y Wi, que son de igual calidad,
se harâ que hacienda y cualquiera mâquina que armara de éstas por el
prudente, sirva al confesor para dar luego aviso al superior para que acuda
con lo que conviene. |
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Cap. XLIII.-Ninguno de ninguna manera pueda ni pretenda casa para
si, y si tal sucediese, que el confidente avise al superior para que al punto
lo remedie; desde lugar con todo secreto y prestanza como fuere, a confesar a
casa de duques, condes o marqueses, o gente de calidad, y haciendo el
prudente les diga lo que han de hacer, y el confidente avise al superior de
lo que hace, y ellos den cuenta en viniendo de lo que han hecho, a ver si se
conforma con el confidente y haciendo algunas veces que los que los que van a
unas casas vayan a otras, serâ mâs dueno el superior de todo. |
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Cap. XLIV.-Tratar de todo lo que toca al gobierno de estas casas,
con o se haga con prudencia, es ir ganando tierra a las voluntades, y se
junte el prudente dos veces a la |
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''semana con el
superior a tratar lo que conviene intentar, y por que modos se han encaminar;
en vez que gasten en sus personas y cosas mâs de lo que tienen de hacienda |
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y antes menos; si
tienen enfermedades que nunca faltan, prometerles la salud, darles esperanza
de ella mientras la naturaleza lo permite y el estado de la enfermedad; pero
si déclina y empeora, tratar de su salvaciôn con palabras suaves y blandas, y
pedir que se acuerden de nosotros en sus testamentos, que nadie cuidarâ de su
aima en toda la iglesia como nosotros; significarle de camino el sentimiento
que tenemos de su enfermedad, conforme fuere la calidad del enfermo, y que
ayude al superior con algùn regalo extraordinario y visitarle los mas graves
de casa, consolando y granjeando al heredero, ofreciendo y asegurando
perpetuamente sacrificio; diciendo que se hace de diferente modo en nuestras
casas que en las demâs religiones, tanto que sirve de sufragio y ejemplo al
mundo, porque nosotros fundamosa en Jesucristo Salvador, que harâ con los que
nos favorecen infalibles misericordias encajar de presto alabanzas de nuestro
padre fundador y de otros hijos escogidos suyos que hemos conocido, y tenemos
que decir que han hecho y hacen milagros cada di'a, y acomodarlos con arte y
gracia; persuadir que el principio nuestro es militar, y perseverar debajo
del santo nombre de Jésus, lo que otros ningunos han hecho ni harân jamâs,
cuya doctrina suprema y evangelio con tanta verdad predicamos, en cuya
confesiôn derramamos nuestra sangre, que toda la iglesia militante junta no
lo hace, ni todas las religiones juntas hicieron ni harân lo que nosotros
solos hemos hecho y haremos y debajo de este nombre triunfaremos del Demonio
y mundo: todas estas plâticas se hagan con grande amor, diciendo que no
tenemos otro fin que salvar las gentes, limpiar el mundo de vicios, ensenar
la fe viva y buenos deseos de vivir. |
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Cap. XLV.-Sobre todo, importa observar esas réglas con prudencia y
usar de ellas, segûn el tiempo, lugar y ocasion oportuna con quien se trata,
segûn la materia que pretendamos granjear estando los que tratan muy en la
suastancia de todas las materias, y con esto podrân todos los que la tratan
en toda sazôn gobernarse, régir, mandar, obedecer, callar, hacer diligencia y
adquirir con entendimiento sin vélo, y siendo bien recibidos de todos. |
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